El Baile del Gaucho Cristal



Era un soleado día en la provincia de Corrientes, donde los ríos cruzan en un abrazo eterno y los aromas del asado llenan el aire. En un pequeño pueblo viva un gaucho llamado Cristóbal, conocido por todos como 'Cristal', debido a su extraordinaria habilidad para hacer sonreír a la gente. A Cristal le encantaba el chamamé, un ritmo que hacía vibrar el corazón de todos, y cada tarde se reunía con los niños del pueblo para enseñarles a bailar.

Un día, mientras Cristal estaba en la plaza, una niña llamada Lucía se acercó corriendo, con una expresión de preocupación en su rostro.

"¡Cristal! ¡Cristal! ¿No has oído? Se viene un concurso de baile el próximo sábado y nadie quiere participar porque creen que no saben bailar bien".

Los ojitos de Lucía brillaban con emoción y un poco de temor.

"No te preocupes, Lucía. ¡Yo puedo enseñarles a todos!" exclamó Cristal, entusiasmado.

Decidido a ayudar, Cristal organizó ensayos diarios en la plaza. Sin embargo, durante las primeras semanas, los niños apenas se animaban. A muchos les daba vergüenza mover los pies al compás del chamamé y otros no se creían lo suficientemente buenos.

"Cristal, ¿y si no somos buenos?", se quejaba un niño llamado Martín, bajando la mirada.

Cristal se agachó a la altura de Martín, mirándolo a los ojos.

"Escuchame, Martín. ¡El baile no se trata solo de ser bueno! Se trata de divertirse y de sentir la música en el corazón. Cada uno tiene su propio ritmo y eso es lo que importa".

Con esas palabras, Martín sonrió tímidamente y se unió a los ensayos. En cada encuentro, Cristal animaba a los niños con juegos y pequeñas competencias amistosas. Cada paso de baile se convertía en un juego y, poco a poco, las risas llenaron la plaza.

La semana avanzó y los niños fueron mejorando cada día. Pero una tarde, mientras ensayaban, una nube oscura apareció en el horizonte. Cristal miró al cielo y una gota de lluvia le cayó en la nariz.

"¡Ay, no! ¡La lluvia!" dijo Lucía, preocupada.

"No te preocupes. ¡Bailemos bajo la lluvia!" sugerió Cristal, con una sonrisa deslumbrante.

Los niños lo miraron atónitos but, tras un momento de duda, levantaron las piernas y comenzaron a bailar. La lluvia se volvió su compañera y el ritmo del chamamé resonó aún más fuerte.

La alegría inundó la plaza. Se olvidaron del miedo y les demostraron a los demás que a veces, los momentos inesperados son los más divertidos.

Finalmente, llegó el día del concurso. Con el corazón lleno de nervios y emoción, los niños se prepararon en el escenario, mientras Cristal los animaba desde la esquina.

"¡Recuerden! , el truco está en disfrutar y ser ustedes mismos".

Las luces brillaron y la música comenzó. Los niños bailaron con tantas ganas que el público estalló en aplausos. Cristal sonrió desde el costado, viendo cómo cada uno había crecido y brillado.

Para sorpresa de todos, no solo ganaron el concurso, sino que también recibieron el premio a la mejor sonrisa. La felicidad que resonaba en el aire era el mejor galardón de todos.

Días después, Lucía se acercó a Cristal.

"¡Gracias, Cristal! Nos ayudaste a descubrir la alegría del baile."

"El baile siempre está en tu corazón. Solo hay que dejarlo salir" respondió Cristal, con una mirada llena de orgullo.

Desde ese día, el pueblo dio la bienvenida a su nuevo baile bajo la lluvia y a Cristal, el gaucho que les había enseñado que el verdadero ritmo de la vida se siente con pasión y alegría. Y así, los niños siguieron bailando chamamé, llenando sus corazones de música y amistad.

FIN.

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