El baile mágico de los girasoles



Manuel era un niño curioso y lleno de energía. Siempre se detenía frente al prado de girasoles y observaba maravillado cómo seguían la trayectoria del sol a lo largo del día.

Un día, mientras caminaban hacia el colegio, su abuelo le dijo:- Manuel, ¿te has dado cuenta de cómo los girasoles siguen la luz del sol? Manuel asintió con entusiasmo. - Sí, abuelo.

¡Es como si estuvieran bailando con el sol! El abuelo sonrió y continuaron su camino. Esa tarde, en clase de ciencias naturales, la maestra les habló sobre la fotosíntesis y cómo las plantas necesitan la luz del sol para crecer y florecer.

Manuel no podía dejar de pensar en los girasoles y su danza con el sol. Al día siguiente, al pasar por el prado de girasoles, Manuel decidió quedarse un rato más para observarlos atentamente. Entonces, algo mágico sucedió: uno de los girasoles parecía inclinar su cabeza hacia él.

- ¡Abuelo! ¡Mira esto! -exclamó Manuel emocionado. El abuelo se acercó y vio asombrado cómo el girasol seguía moviendo lentamente su cabeza en dirección a Manuel. - Es increíble -murmuró el abuelo-. Parece que este girasol te está saludando.

Manuel sonrió radiante. A partir de ese día, cada vez que pasaban por el prado de girasoles, Manuel se detenía a hablarles y ellos parecían responderle moviendo sus cabezas en señal de saludo.

Un mes después, una fuerte tormenta azotó el pueblo provocando daños en muchos cultivos, incluyendo el prado de girasoles. Manuel estaba triste al ver a los hermosos girasoles doblados por el viento y la lluvia.

Decidió pedir ayuda a sus compañeros del colegio para enderezar los tallos caídos y protegerlos con tutores improvisados hechos con ramitas. Poco a poco, los girasoles recuperaron su fuerza gracias al cuidado de Manuel y sus amigos.

El prado volvió a brillar con sus intensos colores amarillos mientras seguían bailando al ritmo del sol. La historia de Manuel y los girasoles se convirtió en un ejemplo para todos en el pueblo sobre la importancia del cuidado mutuo entre seres vivos y cómo juntos podían superar cualquier adversidad.

Y desde entonces, cada vez que alguien pasaba por aquel prado de girasoles escuchaba decir: "Aquí es donde los niños enseñaron a bailar a las flores".

FIN.

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