El Baile Sin Fin
En un pueblito llamado Alegría, donde todos los días el sol brillaba y los colores pintaban cada rincón, los habitantes tenían una tradición muy particular: cada viernes por la tarde, se celebraba un gran baile en la plaza central. Los niños, los adultos y los abuelos se reunían para disfrutar de la música, el ritmo y la alegría. Pero un día, algo inesperado sucedió.
Era un viernes como cualquier otro, y la plaza se llenó de risas y canciones. En el centro, se encontraba Sofía, una niña curiosa y apasionada por el baile.
"¡Vamos a bailar!" - gritó Sofía mientras saltaba emocionada.
Todos comenzaron a bailar al compás de los tambores. De repente, un extraño sonido resonó en el aire. Era como un eco lejano, pero lo suficientemente fuerte como para detener a todos en su lugar.
Apareció un misterioso personaje, el señor Trompeta, un mago con un sombrero rimbombante y una trompeta brillante.
"¡Saluden al señor Trompeta!" - exclamó Don Ramón, el anciano del pueblo.
"Hola, amigos de Alegría. Vengo a ofrecerles un baile especial, ¡el baile sin fin!" - dijo el señor Trompeta con una sonrisa pícara.
Los ojos de todos brillaron de emoción.
"¿Qué es el baile sin fin?" - preguntó Julián, el niño más travieso del pueblo.
"Es un baile mágico en el que nunca se detiene, pero..." - dijo el señor Trompeta en un tono misterioso. "Si comienzan a bailar, no podrán parar hasta que encuentren el modo de hacerlo. Y para eso, necesitarán encontrar tres objetos mágicos en el pueblo."
Los niños se miraron entre sí entusiasmados.
"¡Yo quiero participar!" - dijo Sofía, levantando la mano.
"Yo también!" - gritó Valeria, la amiga de Sofía.
Y así, las niñas se unieron a Julián y a otros amigos para encontrar los objetos mágicos y liberar a su pueblo de un baile interminable.
El primer objeto estaba en el estanque de la abuela Remedios: una pluma de colores brillantes que, según contaban, pertenecía a un pájaro encantado. A medida que se acercaban al estanque, Sofía dijo:
"¡Tengo una idea! ¿Por qué no hacemos una canción sobre el pájaro? Tal vez así lo atraigamos."
Todos comenzaron a cantar una bonita melodía. En ese momento, el pájaro apareció y, al escuchar su canción, soltó la pluma antes de volar de vuelta al cielo.
"¡Uno!" - gritaron los niños emocionados.
El segundo objeto estaba en el árbol más viejo del pueblo: una campana que sonaba como una risa. Al llegar al árbol, se dieron cuenta de que no podían alcanzar la campana. Fue entonces cuando Julián tuvo una idea brillante:
"¡Vamos a hacer una cadena humana!"
Los niños se tomaron de las manos, se agacharon y se elevaron en un salto, logrando tocar la campana.
"¡Dos!" - gritó Valeria.
El último objeto estaba en la cima de una colina que dominaba todo Alegría: una estrella dorada. Al llegar a la colina, todos estaban cansados, pero Sofía no iba a rendirse.
"¡Podemos hacerlo, amigos! ¡Recordemos por qué estamos aquí!" - dijo Sofía con determinación.
Con esas palabras, todos juntos comenzaron a bailar en círculos, contagiando su energía a cada uno de los niños. Comenzaron a subir la colina, con pasos de baile.
"¡Vamos, un pasito más!" - animó Julián, y juntos llegaron a la cima.
Cuando alcanzaron la estrella, sorprendidos, notaron que era un globo brillante que flotaba en el aire.
"¡Solo falta una última línea de nuestra canción!" - dijo Sofía con emoción.
Todos se unieron en una canción a todo pulmón, y el globo voló hacia ellos, liberando la estrella dorada entre risas y aplausos.
"¡Tres!" - gritó Sofía con alegría.
Con los tres objetos mágicos en manos, los niños regresaron a la plaza. Al entregárselos al señor Trompeta, el mago sonrió.
"¡Ustedes han demostrado que cuando trabajan juntos, pueden superar cualquier desafío! Ahora, el baile sin fin ha terminado."
Sin embargo, en lugar de detenerse, el baile se convirtió en algo diferente. El ritmo se transformó en el más alegre de todos y comenzó una gran fiesta.
Todos los habitantes de Alegría se unieron en un baile donde podían saltar, girar y reír en armonía. El pueblo nunca volvió a ser el mismo, porque aprendieron que la verdadera magia del baile no está en la duración, sino en la unión, el esfuerzo en equipo y la alegría compartida.
Desde ese día, cada viernes se celebraba un baile sin fin, pero esta vez, siempre con un propósito: celebrar la amistad y la alegría de estar juntos. Y así, en el pueblito de Alegría, nunca dejó de haber risas, música y un baile que siempre encontraba su final en un nuevo comienzo.
FIN.