El Baño de los Descubrimientos



Era un soleado día de primavera cuando José, un niño de seis años, llegó a casa después de la escuela. Su mamá lo estaba esperando con una gran sonrisa.

"¡José! ¿Sabés quién llegó hoy?" - dijo su mamá emocionada.

"¿Quién?" - preguntó José, con la curiosidad brillando en sus ojos.

"Tu hermanita, Valentina. ¡Es una hermosa bebé!" - exclamó su mamá.

Con un salto de alegría, José corrió hacia la cuna donde estaba su hermana. La miró con adoración.

"¡Hola Valentina! ¡Soy tu hermano grande!" - dijo, sonriendo.

Los días pasaron y José disfrutaba cada momento con Valentina. Le cantaba canciones, le leía cuentos, y siempre estaba dispuesto a ayudar a su mamá a cuidarla. Sin embargo, una tarde, la hora del baño trajo sorpresas inesperadas.

Era momento de la higiene. José ya estaba sentado en la bañera, disfrutando del agua tibia. Su mamá había colocado a Valentina en su diminuta bañerita. José la miraba divertidamente mientras su mamá llenaba la bañera.

Pero en un instante, al observar más de cerca, se dio cuenta de que su hermana tenía algo diferente en su cuerpo.

"Mamá, ¿por qué Valentina tiene un pañal diferente al mío?" - preguntó José, con una mezcla de confusión e interés.

Su mamá se agachó al lado de la bañera con una expresión amable.

"Ah, José, eso es algo normal. Todos los cuerpos son diferentes. Valentina, al ser una niña, tiene un cuerpo de niña y eso incluye su parte de abajo. Así como vos tenés un cuerpo de niño." - explicó su mamá pacientemente.

José frunció el ceño, intentando procesar la información.

"¿Pero por qué es diferente?" - inquirió, con los ojos muy abiertos.

"Porque los hombres y las mujeres tienen diferentes partes en sus cuerpos. Eso es parte de lo que nos hace únicos. Y está muy bien. Lo importante es que todos tenemos un cuerpo que debemos cuidar y respetar." - respondió su mamá.

José asintió, sintiéndose un poco más tranquilo pero aún había mucha curiosidad en su mente.

"¿Y todas las niñas son así?" - preguntó, mientras Valentina reía al jugar con sus pequeños patitos de goma.

"Sí, todas las niñas tienen un cuerpo parecido, mientras que los niños tienen otro. Y no hay nada de malo en eso. Solo somos diferentes." - le contestó su mamá.

El pequeño se quedó pensando un momento y luego sonrió.

"¡Entonces Valentina y yo somos especiales!" - exclamó.

"Exactamente, José. Todos somos especiales a nuestra manera. Es genial ser quienes somos y aprender unos de otros." - dijo su mamá, contenta de ver la comprensión en los ojos de su hijo.

En ese momento, algo en la bañera llamó la atención de José. Un pato de goma estaba flotando justo al lado de Valentina.

"¡Mirá! Valentina también tiene su pato!" - gritaría, entusiasmado.

Se olvidó de su pregunta mientras su hermanita agitaba sus manitas, intentando atrapar el pato. José comenzó a jugar con los patitos y a hacer ruidos divertidos, haciéndoles espuma y chapoteando, llenando de risas la habitación.

El hermoso momento se convirtió en un festín de risas y chapoteos. La curiosidad de José se desvaneció y se sumó a la alegría de su hermanita.

"Mamá, creo que ser hermano mayor es lo mejor que me pasó. ¡Valentina y yo vamos a tener muchas aventuras!" - declaró José, mirando a su madre con orgullo.

"Así es, mi amor. ¡Siempre van a aprender el uno del otro!" - sonrió su mamá, dándole un beso en la frente.

Desde aquel día, José no solo se sintió feliz de tener a Valentina sino que también prometió cuidar de ella, respetando sus diferencias y aprendiendo a apreciar lo que los unía.

Y así, cada día, entre risas y juegos, José descubrió lo hermoso que es compartir la vida con alguien especial. Entendió que la diversidad en el mundo es lo que hace que cada uno de nosotros sea único, y esa era la magia más grande de todas.

FIN.

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