El Banquete de Rapunzel
Érase una vez, en un reino lejano, una princesa llamada Rapunzel. Tenía una melena dorada que brillaba como el sol y un corazón lleno de alegría. Pasaba sus días jugando y riendo con los habitantes del castillo y los animalitos del bosque. Sin embargo, Rapunzel tenía un pequeño problema: no quería comer nada.
Un día, mientras jugaba con sus amigos en el jardín, la reina madre la encontró llena de energía, pero muy delgada.
"¡Rapunzel! -exclamó la reina con preocupación- ¿No crees que es hora de que te sientes a comer algo? Necesitas energías para seguir jugando."
Rapunzel sonrió, pero con un guiño travieso dijo:
"No, mamá. Prefiero seguir jugando. La comida me aburre."
La reina suspiró, consciente de que si Rapunzel no comenzaba a comer, pronto se sentiría cansada y sin fuerzas. Esa noche, la reina convocó a un gran banquete en el castillo, para intentar convencer a Rapunzel de que había comida deliciosa.
El día del banquete, el castillo se llenó de luces, risas y deliciosos aromas. Todos los habitantes del reino estaban allí, ansiosos por ver a la princesa. Sin embargo, Rapunzel, ignorando el festín, se lanzó al patio para jugar al escondite.
"¡Rapunzel! -gritaron sus amigos- ¡Ven a jugar con nosotras!"
Él rey, el padre de Rapunzel, se acercó y le tomó la mano.
"Querida, ven un instante. Mira todas estas delicias. ¿No sientes curiosidad por probarlas?"
"No papá, quiero jugar. La comida da sueño."
Y así pasaron los días. A medida que Rapunzel seguía evadiendo las comidas, sus amigos comenzaron a notar que ya no tenía la misma energía de antes.
"Rapunzel, te ves cansada. -dijo uno de sus amigos- Antes corrías por todo el castillo, y ahora te cansas después de pocos minutos de juego. ¿No crees que sea por no comer?"
Rapunzel lo miró, y aunque no quería admitirlo, comenzó a sentir que algo no estaba bien. Un día, se decidió a explorar la cocina, donde se encontró con un simpático chef que preparaba un espectacular pastel de frutas.
"¡Hola, princesa! ¿Quieres ayudarme a decorar este pastel?"
"¿Se puede jugar con la comida?" -preguntó Rapunzel intrigada.
"Claro que sí! ¡La comida también puede ser divertida! Y además, comer cosas ricas te dará fuerzas para seguir jugando."
La curiosidad de Rapunzel se despertó, y entre risas y juegos, comenzó a ayudar al chef. Poco a poco, decoró el pastel con fresas, kiwi y muchas golosinas. Al final del día, cuando el pastel estuvo listo, Rapunzel no pudo resistir la tentación.
"¡Me lo quiero comer! -gritó emocionada.
Y así fue que Rapunzel, con una porción de pastel en mano, se dio cuenta de que la comida podía ser divertida. Comenzó a probar diferentes platos y entrada, aprendiendo que cada uno de ellos era una nueva aventura.
Día tras día, se sentaba a la mesa con su familia y amigos, compartiendo risas y aprendiendo sobre la importancia de una buena comida para tener energía y divertirse. Rapunzel volvió a ser la misma de siempre, llena de alegría y energía, lista para jugar y explorar cada rincón de su reino.
"Gracias, chef, por mostrarme que la comida también puede ser divertida!" -dijo Rapunzel, feliz y satisfecha.
Así fue como Rapunzel comprendió que era importante no solo jugar y divertirse, sino también cuidarse y alimentarse bien. Y desde aquel día, nunca volvió a rechazar la comida, convirtiendo cada comida en un momento divertido junto a sus seres queridos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.