El Baobab Perplejo



Había una vez, en un pequeño planeta alejado, un niño llamado Milo. Milo vivía en un mundo cubierto de antiguos baobabs que, con sus troncos anchos y sus ramas extendidas, parecían abrazar el cielo. Cada día, Milo pasaba horas contemplando las estrellas, soñando con aventuras en otros mundos.

Un día, mientras exploraba su planeta, se encontró con un baobab muy especial, que parecía tener una historia que contar. El baobab susurró suave y melodiosamente:

"Hola, pequeño viajero. Yo soy el Baobab Perplejo. Durante años he visto cosas maravillosas, pero también he presenciado catástrofes."

Intrigado, Milo se acercó más y preguntó:

"¿Qué tipo de catástrofes has visto, querido baobab?"

"He visto cómo los pozos del Sahara son cubiertos de arena, y el agua se vuelve un sueño lejano. He visto a los espejos del sol deslumbrar a viajeros muy curiosos, haciéndolos perder el rumbo."

Milo miró al baobab con ojos iluminados, entendiendo la importancia del agua en su pequeño planeta.

"Entonces, ¿existen maneras de ayudar a esos viajeros? ¿De aliviar tu tristeza?"

El baobab sonrió, dejando caer unas cuantas raindrops doradas que se transformaron en luz al tocar el suelo.

"Lo que los viajeros necesitan es recordando siempre la maravilla del agua. Si encuentras fuentes en el desierto y las proteges, podrán encontrar su camino y regresar a donde deberían estar."

Motivado por el deseo de ayudar, Milo decidió emprender un viaje por su planeta, buscando esos pozos ocultos que el baobab mencionaba. En su camino, Milo se encontró con otras criaturas más, como un camello sabio llamado Zahir.

"¿Por qué estás tan apurado, joven Milo?" preguntó Zahir mientras masticaba su heno.

"Debo encontrar pozos en el Sahara y protegerlos. No puedo dejar que el agua se convierta en un recuerdo.

Zahir, riendo, contestó:

"Hay un gran misterio en el desierto, cada pozo cuenta una historia. Cada historia merece ser escuchada."

Así que juntos, comenzaron a caminar y buscar, encontrando pozos que estaban cubiertos de arena. Mientras se esforzaban en desenterrarlos, otros animales se unieron a ellos, cada uno compartiendo sus habilidades únicas.

Una pequeña tortuga llamada Lía pensó en una manera creativa para que el agua no fuera un sueño lejano. Construyeron un sistema de acequias juntas, guiando el agua que caía durante las lluvias hacia los pozos que habían descubierto. Todos trabajaron en grupo, y la luz de la amistad brilló más fuerte que nunca.

Pasaron días y días, desenterrando, construyendo y protegiendo el agua. Cuando lograron llenar los pozos, se hicieron grandes celebraciones en cada rincón de su planeta.

"Los viajeros tendrán agua, y aprenderán a cuidar de ella", gritó Milo jubilosamente.

El baobab, al ver el esfuerzo y la colaboración de todos, agradeció a Milo.

"Hoy, hijo del viento y del sol, el agua no es solo un sueño. Has transformado tu curiosidad en acción.

Y así, el Baobab Perplejo dejó de estar perplejo, comprendiendo que a veces, el camino hacia la solución comienza con la simple pregunta de un niño y el deseo de todos por cuidar de su hogar. Cada pozo lleno representaba un giro, una lección aprendida: que juntos, podían hacer frente a las catástrofes del mundo.

Con los corazones llenos de esperanza y amistad, Milo y sus amigos miraron las estrellas una vez más, soñando con nuevas aventuras, donde el agua siempre estuviera presente y jamás se olvidara su importancia.

Y así, el Baobab Perplejo se convirtió en el guardián de secretos y historias, testigo de un planeta donde cada criatura tenía un propósito y una voz, y la aventura de cuidar el agua continuó por siempre.

Fin.

FIN.

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