El barco de los amigos invisibles



Había una vez, en un rincón del mundo, un barco de la Guardia Nacional que navegaba silenciosamente por el océano. Lo que nadie sabía era que, en vez de llevar presos como se pensaba, en su interior había un grupo de zombies amigables que solo querían bailar y contar historias. Ezequiel Guttero, el marinero que jamás dormía, había hecho de este su hogar.

Cada noche, mientras todos en la costa dormían, Ezequiel se asomaba por la borda y veía a los zombies, que bailaban bajo la luz de la luna. Pero el barco no tenía botes salvavidas, ¡y eso preocupaba a Ezequiel!

Un día, mientras el marinero limpiaba la cubierta, escuchó una suave melodía. Se trataba de Ernesto Romberg, un hombre solitario que pasaba su tiempo en la playa, haciendo castillos de arena sin compañía.

"¿Por qué no venís al barco?" - le gritó Ezequiel con alegría.

"No sé... tengo miedo de encontrarte con esos zombies", respondió Ernesto. Pero Ezequiel sonrió, sabiendo que esos zombies no eran como los de las historias de terror.

"Son amigos, les encanta contar cuentos y bailar. ¡Venite!"

Ernesto, intrigado, dudó, pero el deseo de conocer algo nuevo lo impulsó a aceptar. Subió al barco con un poco de reparo.

"¡Hola, soy Ernesto!" - dijo tímidamente.

"¡Hola, Ernesto! Somos los zombies del barco y venimos en son de paz." dijo uno de los zombies, llamándose a sí mismo Raúl.

Ernesto, aunque algo nervioso, se dio cuenta de que los zombies eran muy diferentes a lo que había imaginado.

"¿Pueden realmente bailar?" preguntó.

"¡Sí! ¡Mirá!" exclamó Raúl, comenzando a moverse al ritmo de una música mientras los demás zombies lo acompañaban.

Ernesto comenzó a reírse, y a medida que la música sonaba más fuerte, él se unía al baile. En ese instante, Ezequiel y los zombies lo miraban con una sonrisa, maravillados de que por fin alguien estuviera dispuesto a jugar con ellos.

Las noches pasaban y Ernesto, que cada vez regresaba más al barco, comenzó a contarles cuentos.

"¿Por qué no nos contás sobre tu vida?" - le preguntó una zombie llamada Clara.

"No tengo mucho que contar, vivo solo y me parece que nadie quiere jugar conmigo," respondió, con un tono melancólico.

"¡Eso tiene que cambiar!" - dijo Ezequiel, decidido.

Los zombies hicieron un plan. Decidieron organizar un gran baile en la playa, invitando a todos los vecinos. Se aseguraron de que todo fuese divertido y asombroso.

El día de la fiesta llegó y todos, grandes y pequeños, se reunieron alrededor del mar. El baile empezó, y para sorpresa de Ernesto, cada vez más personas se unían.

"¡Miren! Son zombies, pero son geniales!" - gritó una niña.

"Son nuestros amigos!" - dijo Ernesto, ahora lleno de alegría.

Todo el mundo disfrutaba y aprendió que no importaba su apariencia, lo que realmente contaba era la bondad en el corazón. Desde ese momento, Ezequiel, Ernesto, y los zombies fueron conocidos como los artistas de la playa, disfrutando de la compañía de todos.

Y así, lo que había comenzado como un encuentro solitario se transformó en una gran amistad y en un recuerdo inolvidable para todos en el pueblo.

Desde entonces, se supo que, aunque no hay botes salvavidas en el barco, siempre hay espacio para nuevos amigos y nuevas historias.

Y cada vez que veían a los zombies, nadie dejaba de sonreír. Nunca se supo quiénes eran los verdaderos zombies, si los que bailaban o los que habían permanecido en sus casas, pero todos coincidían en que la diversión y la amistad eran lo más importante de todos.

FIN.

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