El Barco de los Sueños Perdidos



Era un día soleado cuando el barco Guardia Nacional salió del puerto con rumbo a Caleta Olivia. Pero a bordo no viajaban presos, sino un grupo de zombies que, curiosamente, estaban más interesados en bailar que en asustar. El capitán del barco, Ezequiel Guttero, era famoso por su peculiaridad: él nunca dormía. Siempre en la cubierta, se paseaba de un lado a otro, observando el horizonte.

"- ¡Hoy es un gran día para navegar!", exclamó Ezequiel con alegría.

Los zombies, que estaban en la bodega del barco, comenzaron a hacer movimientos torpes pero divertidos, tratando de imitar a Ezequiel. Sin embargo, el capitán no se daba cuenta de que había un problema. Cuando comenzó a mirar, se dio cuenta de que habían escapado de su encierro.

"- ¡Oh no! Debemos encontrar a esos zombies antes de que lleguemos a Caleta Olivia!", gritó Ezequiel. Pero, por suerte, los zombies no estaban interesados en causar destrucción. Más bien, querían mostrarle al mundo lo que realmente eran: unas criaturas que solo deseaban bailar y cantar.

En la ciudad, Ernesto Romberg, un hombre solitario que pasaba su tiempo observando la vida desde su ventana, avistó el barco que se acercaba. Había algo raro en él, pero lo que más le molestaba eran los mástiles llenos de banderas que ondeaban al viento. "- ¿Por qué tienen que hacer tanto escándalo?", se quejaba. Pero cuando el barco atracó, pronto se dio cuenta que lo que llegaba no eran prisioneros, sino zombies danzarines que salían de la bodega como si fuera un carnaval.

"- ¡Mirá eso!", dijo Ezequiel, sorprendiendo a Ernesto. Los zombies estaban realizando una increíble coreografía en la cubierta, mientras el capitán intentaba mantener el orden.

"- ¿Qué están haciendo? ¡Eso no es para un barco!", protestó Ernesto. Pero en el fondo, se sentía curioso. Poco a poco, su atracción por el espectáculo lo fue acercando al grupo.

"- ¿Eres de los que odian la diversión?", le preguntó uno de los zombies, alzando una mano. Su voz era suave y melodiosa.

"- No, pero...", comenzó a responder Ernesto. Sin embargo, se interrumpió a sí mismo al ver la danza alegre. Un pequeño zombie, con una flor en la cabeza, lo invitó a bailar.

"- Vamos, ¡diviértete un poco!", dijo el pequeño zombie.

A pesar de su desagrado por los mástiles de las banderas y su vida solitaria, Ernesto sintió mariposas en el estómago.

"- Bueno, solo por esta vez", cedió. Al unirse a ellos, empezó a moverse, y los zombies lo siguieron, creando una espiral de risas y alegría. Ezequiel, viendo que los zombis traían alegría y que todo estaba bajo control, empezó a relajarse.

"- ¡Esto sí es una fiesta!", exclamó Ezequiel mientras bailaba también. Tras estar un rato disfrutando, Ernesto se dio cuenta de que no solo estaba divirtiéndose, sino que también estaba rodeado de nuevos amigos.

Al llegar a Caleta Olivia, la noticia del barco lleno de zombies danzarines se esparció por la ciudad. En vez de miedo, los habitantes comenzaron a querer conocer a los zombies, y pronto la ciudad se llenó de música y risas.

"- Jamás pensé que podría encontrar alegría en algo así", dijo Ernesto mirando a su alrededor. Los zombies habían transformado su enfado en amistad.

Finalmente, Ezequiel Guttero, el capitán que nunca dormía, se dio cuenta de que la vida tenía formas inesperadas de enseñarnos cosas maravillosas. Se convirtió en el más querido de la ciudad, y junto a Ernesto, abrió una escuela de danza para zombies, donde todos podían jugar sin importar su apariencia.

Y así, el barco Guardia Nacional no solo llevó zombies a Caleta Olivia, sino que trajo alegría a un hombre solitario y le enseñó que la verdadera amistad puede encontrarse en los lugares más insólitos.

FIN.

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