El Bastón Mágico de Don Chucho



En el pueblito de Romita, Guanajuato, vivía un hombre muy querido por todos, su nombre era Don Chucho. Era un anciano simpatiquísimo, siempre llevaba consigo un bastón de madera que parecía tener un brillo especial. Aunque estaba ya bastante viejito, Don Chucho mantenía su energía, y todos los días salía a pasear por la plaza.

Un día, mientras los niños jugaban al frente de la iglesia, Don Chucho se acercó y les preguntó:

"¿Qué están haciendo, chamacos?"

"Estamos jugando a la escondida, pero nadie se quiere esconder porque siempre nos encuentran, Don Chucho", dijo Marisol, la más pequeña del grupo.

"Yo tengo un truco para que se escondan mejor", les dijo Don Chucho, mientras agitaba su bastón. Todos miraron con curiosidad.

"¿De veras, Don Chucho?" preguntó Javier, un niño travieso.

"Sí, sólo tienen que seguirme y escuchar con atención", respondió el anciano, sonriendo.

Don Chucho llevó a los niños hacia un arbusto grande en la plaza.

"Este es el arbusto del silencio. Si se esconden detrás de él y cuentan hasta diez, se volverán invisibles", les explicó con voz enigmática.

Moría de risa al ver la cara de los chicos, quienes se miraban entre sí, incrédulos.

"No puede ser, Don Chucho, eso no es posible", dijo José, el más escéptico.

"¿Y si lo intentamos?", propuso Marisol.

Decididos, los niños se ocultaron tras del arbusto y comenzaron a contar.

"Uno, dos, tres..."

"¿Estás seguro que esto va a funcionar?" susurró Javier.

"Shhh, sigue contando", se quejó Marisol, divertida.

Cuando llegaron a diez, Don Chucho dijo:

"¡Ahora mira!"

Los niños se asomaron lentamente, y para su sorpresa, alguien había comenzado a buscar. Don Chucho se había puesto una máscara de un payaso y daba vueltas por la plaza.

"¡Miren! ¡Estamos invisibles!", gritó Marisol.

"¡Qué loco!" exclamó Javier, y todos rieron.

"¡Yo quiero jugar también!" dijo la niña que tenía una cangurera llena de canicas que se acercaba a ellos, pero de repente, el payaso comenzó a acercarse.

Rápidamente, los niños se escondieron de nuevo y empezaron a murmurar sobre cómo podían aplicarlo en otros juegos. Sin embargo, de pronto, salió una paloma volando y se posó sobre la cabeza de Don Chucho que estaba detrás de ellos.

"¡Pssst! ¡No se muevan!", dijo José intrigado.

Mientras tanto, Don Chucho miraba cómo se movía la paloma.

"Esto no está funcionando del todo", le dijo José a Javier.

Con eso, Don Chucho sonrió,

"Pero miren, ¡ni la paloma se asustó!"

"¡Y eso sí que es magia!", exclamó Marisol.

Los niños, riendo y sintiéndose especiales, empezaron a jugar con un nuevo espíritu. Se aprovecharon de las palabras del anciano para ponerle un toque de magia a sus juegos.

Después de un rato, los niños decidieron que querían contarles a otros del pueblo. Así que, mientras jugaban, comenzaron a correr y gritar por toda la plaza:

"¡Don Chucho nos hizo invisibles!"

"¡Es un mago! ¡Vengan a ver!"

El pueblo quedó sorprendido, y la noticia sobre la “magia” de Don Chucho corrió rápidamente.

"¿Quién necesita magia? Solo hay que tener risas y amigos", dijo el anciano, mientras los niños se acercaban a él, felices.

A la tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse, Don Chucho les dijo:

"El verdadero truco es el que tienen ustedes, el de poder encontrar alegría y magia en cosas simples. Recuerden, el mejor bastón son sus sueños".

Esa noche, uno a uno, los niños regresaron a sus casas con las sonrisas dibujadas en sus rostros, llevando consigo la lección de que la magia está presente en cada rincón de sus corazones y en la amistad. Desde aquel día, el bastón de Don Chucho se convirtió en un símbolo de juegos, alegría y muchas aventuras por vivir, demostrando que no hay que tener cosas raras para disfrutar de la vida, sino un buen corazón.

Y así, en Romita, Guzmán siguió jugando en la plaza donde siempre hay un niño con una sonrisa y un anciano con un gran bastón de madera, ambos llenos de magia cada día.

FIN.

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