El Baúl de las Palabras Mágicas
En un pequeño pueblo llamado Sonrisas, había un misterio que todos conocían pero pocos entendían. En el centro del pueblo, se encontraba un viejo baúl cubierto de polvo, que pertenecía a una anciana sabia llamada Abuela Clara. El baúl era especial porque contenía palabras mágicas que podían cambiar la vida de quienes las empleaban. Sin embargo, había una regla: estas palabras solo funcionarían si se dejaban dentro del baúl.
Era un día soleado cuando un grupo de niños, Sofía, Lucas y Tomás, se acercaron al baúl. De pronto, Sofía preguntó:
"¿Qué hay dentro de este baúl, Tomás?"
"Dicen que hay palabras mágicas, pero nunca vi a nadie usarlas", respondió Tomás intrigado.
"¿Y si las sacamos y las usamos?" sugirió Lucas con una sonrisa.
Los niños, llenos de curiosidad, decidieron abrir el baúl. Al levantar la tapa, vi que dentro había papeles con palabras escritas en colores brillantes: "Por favor", —"Gracias" , "Lo siento", "Te quiero".
"¡Miren estas! Son palabras mágicas de verdad", exclamó Sofía.
"Pero, ¿cómo funcionan?" preguntó Lucas.
"Tal vez deberíamos probarlas", sugirió Tomás, con un brillo en los ojos.
Decidieron sacar una palabra y probarla. Sofía eligió “Gracias” y se acercó a una señora en el mercado.
"Gracias, señora, por sus manzanas graaandes!"
La señora sonrió y le ofreció una manzana extra.
"¡Funciona!" gritó Sofía entusiasmada.
Tomás, viendo esto, decidió ir con el panadero.
"Por favor, señor panadero, me podría dar un croissant?"
El panadero le dio uno fresco y dorado diciendo:
"Claro, pequeño. ¿Ves? Las palabras mágicas siempre ayudan."
Pero Lucas, un poco travieso, pensó en usar una palabra de manera diferente. Con la palabra “Te quiero”, fue hacia su amigo.
"Te quiero, Sofía!" dijo Lucas riendo.
Sofía se quedó confundida y preguntó:
"¿Por qué me lo decís así?"
"Solo estaba probando la palabra", respondió Lucas, un poco avergonzado.
Los tres amigos se dieron cuenta de que las palabras mágicas no sólo servían para obtener cosas, sino que tenían un poder especial para unir a las personas. Nadie había pensado en eso antes. Pero pronto, algo inesperado sucedió: al día siguiente, todos los habitantes del pueblo comenzaron a usar las palabras mágicas sin pensar en dejarlas en el baúl. Las palabras se convirtieron en ruido, y nadie parecía prestar atención al significado detrás de ellas.
Los adultos comenzaron a pelear y olvidar cómo ser amables. Un día, Abuela Clara, al advertir esta situación, decidió intervenir. Reunió a todos en la plaza del pueblo.
"Queridos amigos, las palabras mágicas son valiosas. Cuando las usamos de corazón, ellas cambian nuestro mundo. Pero si las decimos a la ligera, pierden su magia", explicó con dulzura.
Los niños comprendieron y, con la ayuda de la Abuela Clara, se organizó una actividad en la plaza. Invitaron a los adultos a recordar el valor detrás de las palabras mágicas.
Así, los residentes del pueblo comenzaron a dejar palabras en el baúl, y cada vez que alguien deseaba usar una de ellas, primero la colocaba en el baúl y luego la tomaba nuevamente con un buen sentimiento.
Tras unas semanas, el pueblo volvió a llenarse de risas, sonrisas y armonía. Margaritas y risas florecieron por doquier.
La anciana concluyó:
"Todo tiene su momento y su lugar. Las palabras mágicas son como las flores: si las cuidamos, crecen en nuestros corazones."
Sofía, Lucas y Tomás aprendieron que las palabras mágicas no sólo eran un juego, sino herramientas poderosas para crear un mundo mejor.
Desde ese día, el baúl no saturó su contenido, sino que se llenó de amor, amistad y buena voluntad, y en el pequeño pueblo de Sonrisas, todos vivieron felices y agradecidos por cada palabra mágica que compartían.
FIN.