El Beso Mágico de Mamá



En una pequeña casa de un barrio lleno de colores y alegría, vivía un niño llamado Tomás. Tomás era un niño curioso y aventurero, que siempre estaba buscando nuevas formas de jugar y aprender. Cada día era una nueva oportunidad para descubrir el mundo que lo rodeaba.

Mamá, que siempre estaba cerca, lo miraba con una sonrisa, pero había algo mágico en sus besos. Un día, mientras jugaba en el jardín, Tomás se cayó y rasguñó la rodilla. Llorando, levantó la vista hacia mamá, que se acercó rápidamente.

"No llores, mi amor. Ven aquí, te voy a dar un beso que lo hará todo mejor." dijo Mamá con dulzura.

Tomás pensó que solo era un beso, pero cuando Mamá lo besó, algo extraordinario sucedió. El rasguño brilló con una luz suave y, en un instante, Tomás sintió que el dolor se desvanecía. Se miró la rodilla y vio que estaba como nueva.

"¡Qué increíble!" exclamó Tomás. "¡El beso de mamá es mágico!".

Desde ese día, el beso de Mamá se convirtió en su positivo talismán. Cada vez que se sentía triste o había un pequeño contratiempo, buscaba el abrazo y el beso de su madre que, según él, borraba todos sus problemas.

Sin embargo, un día, Tomás decidió que quería explorar más allá de su jardín. Le contó a Mamá su plan.

"Quiero ir al bosque y ver los árboles más altos del mundo".

Mamá lo miró con amor, pero también con preocupación, claro, no quería que su hijo se metiera en problemas.

"Está bien, pero prométeme que no te alejarás mucho y que siempre estarás atento a lo que te rodea. Recuerda que los besos mágicos también funcionan mejor cerca de casa".

Tomás prometió ser cuidadoso y, con su gorra y una mochila llena de galletitas, partió hacia el bosque. El lugar era impresionante: los árboles eran altos como edificios, llenos de hojas que susurraban en el viento. Tomás se sentía como un explorador en una expedición maravillosa.

Mientras caminaba, descubrió un arroyo cristalino y su curiosidad lo llevó a desviarse un poco de su camino. Al jugar con las piedras, el agua fría le salpicó la cara, y de repente, se dio cuenta de que se había alejado más de lo que había planeado.

"¡Oh no!" Pensó Tomás. "¿Dónde estoy?".

Trató de recordar cómo había llegado hasta allí, pero el bosque se veía muy diferente. Empezó a sentirse asustado. En ese momento, recordó el beso mágico de su mamá.

"¡Necesito el beso de mamá!" gritó, aunque sabía que no podía llamarla.

Decidido a regresar, comenzó a caminar en dirección contraria, pero el miedo lo hizo detenerse. Fue entonces que sentó en una piedra, cerró los ojos y se acordó de todos los momentos felices junto a Mamá.

Mientras pensaba en su voz, en sus abrazos, y, sobre todo, en su beso mágico, se dio cuenta de que no estaba solo. La naturaleza lo rodeaba con la calidez del sol que pasaba entre las hojas, el canto de los pájaros, y el murmullo del arroyo.

"¡Tengo que ser valiente como ella siempre me dice! ¡Voy a encontrar el camino!" se dijo a sí mismo.

Con renovada energía, comenzó a caminar, escuchando todo a su alrededor. Poco a poco, pudo reconocer algunos caminos que había recorrido antes y finalmente encontró el camino de vuelta.

Cuando llegó a casa, Mamá lo estaba esperando con preocupación, pero al verlo sonreír se le iluminó el rostro.

"¡Tomás! ¡Te estaba buscando!" abrazó a su hijo y lo besó en la frente.

"Mamá, tu beso es mágico. Me ayudó a ser valiente en el bosque." respondió Tomás contento.

Mamá sonrió, comprendiendo que a veces, los besos mágicos ayudan a los niños a encontrar la valentía dentro de ellos mismos. A partir de aquel día, Tomás y Mamá entendieron que aunque los besos son especiales, la verdadera magia está en lo que uno lleva en su corazón y en los recuerdos que formamos con quienes amamos.

Desde entonces, cada vez que Tomás se sentía un poco perdido o asustado, se acordaba del beso mágico y de lo valiente que podía ser. Y así, juntos, continuaron sus aventuras con sonrisas, abrazos y, por supuesto, muchos besos mágicos.

FIN.

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