El Bigotón que Soñaba con Volar



En una colorida calle de un tranquilo barrio, vivía un gato muy especial llamado Don Bigotes. Era un lindo gato de pelaje atigrado y, como su nombre lo indica, tenía unos bigotes enormes que parecían pinceles. Don Bigotes siempre se sentaba en la vereda, con un aire pensativo, observando el ir y venir de la gente y de otros animales.

Un día, mientras estaba allí, llegó a su lado una pequeña paloma llamada Lía, que andaba buscando algo de comer. Lía lo miró con curiosidad y le preguntó:

"¿Por qué siempre te quedas aquí sentado?"

Don Bigotes suspiró y respondió:

"Sueño con volar como vos, pero por más que lo intento, no puedo. Solo puedo mirar el cielo desde aquí."

Lía lo miró un poco confundida y le dijo:

"Pero, ¿y si intentás hacer algo diferente? Quizás no podés volar, pero seguro hay otras formas de sentirte libre."

Don Bigotes pensó en las palabras de la paloma y decidió que iba a intentar algo diferente. Entonces, se puso de pie y empezó a caminar por la vereda. Vio a unos chicos jugando con un papalote y sintió que la alegría de esa actividad lo llenaba.

"¡Eso parece divertido!" exclamó. Y fue a unirse a ellos.

A los chicos les gustó tener un gato tan simpático y lo invitaron a volar el papalote. Don Bigotes, emocionado, empezó a correr detrás del papalote, sintiendo el viento en su cara y la libertad en su corazón. Por un momento, se sintió como si estuviera volando. Lía, desde el aire, lo observaba y gritaba:

"¡Mirá lo que lograste, Don Bigotes! ¡Estás corriendo como el viento!"

Pero cuando el papalote se enredó en un árbol, Don Bigotes preocupó:

"¿Y ahora? No puedo subir al árbol como ustedes. No hay forma de que pueda ayudar."

Lía bajó y le dijo:

"No te preocupes. Siempre hay una manera de solucionar las cosas. Hablemos con los chicos para que busquen una escalera."

Don Bigotes no estaba muy seguro, pero decidió confiar en Lía y se acercaron a los chicos. Explicaron la situación y juntos, los niños encontraron una escalera. Sube una niña y con cuidado, logró liberar el papalote. Todos aplaudieron, y Don Bigotes se sintió más feliz que nunca.

La experiencia lo llenó de nuevas ideas. Al día siguiente, se sentó en la vereda y vio pasar a un grupo de perritos que disfrutaban de una carrera. Animado, se unió a ellos, participando en sus juegos y sintiendo la adrenalina. Cada día se convirtió en una nueva aventura: Don Bigotes jugó al escondite, corrió por el parque, saltó en charcos y conoció a otros amigos del barrio.

Después de un tiempo, se dio cuenta de que, aunque no podía volar, había encontrado un mundo lleno de diversión a su alrededor, mientras exploraba y disfrutaba de cada momento. Un día, Lía se le acercó nuevamente.

"¿Te sientes más libre ahora?"

Don Bigotes sonrió y contestó:

"Sí, he aprendido que la libertad está en disfrutar lo que hago, con los amigos que tengo y en cada aventura que vivo. ¡Gracias por hacerme ver eso!"

Desde aquel día, Don Bigotes no volvió a sentarse solo en la vereda; ahora vivía cada día al máximo, aprendiendo que a veces, para volar, solo necesitas el coraje de intentarlo y la compañía de buenos amigos. Y aunque su sueño de volar nunca se hizo realidad, había encontrado la verdadera felicidad en explorar su mundo.

Y así, en un barrio lleno de risas y juegos, Don Bigotes siguió llenando sus días de aventuras, recordando siempre que lo que más importa es disfrutar cada momento.

FIN.

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