El boliviano y el único río mágico


Había una vez un joven boliviano llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo al borde de un espeso bosque. Un día, mientras exploraba el bosque, Mateo se alejó demasiado y se perdió. La noche cayó rápidamente, y se encontró solo en la oscuridad. Asustado y desorientado, Mateo caminó sin rumbo fijo, esperando encontrar el camino de regreso a su pueblo.

Después de muchas horas de caminar, Mateo divisó una luz brillante a lo lejos. Decidió seguirla, pensando que podría ser la señal de ayuda que tanto necesitaba. Para su sorpresa, la luz lo llevó a un claro del bosque donde se encontraba un río cristalino, el único río mágico conocido en toda la región. Mateo se acercó cautelosamente al río, maravillado por su belleza y tranquilidad.

Justo en ese momento, un reluciente unicornio blanco emergió del río. Mateo no podía creer lo que veía. El unicornio, con su larga melena plateada y ojos centelleantes, se acercó a Mateo con gracia y gentileza.

― Hola, joven viajero. ¿Qué te trae a mi río mágico? ―preguntó el unicornio con voz suave y melodiosa.

Mateo, sorprendido pero emocionado, explicó cómo se había perdido en el bosque y cómo había seguido la luz que lo condujo hasta allí.

El unicornio escuchó atentamente, luego le dijo a Mateo que no se preocupara, que no estaba solo y que el río mágico tenía el poder de conceder un deseo a aquellos que demostraran ser merecedores.

Mateo pensó detenidamente en su deseo. Recordó a su familia, a su comunidad y a las dificultades que enfrentaban. Entonces, tomó una decisión.

― Querido unicornio, mi deseo es que mi pueblo tenga siempre suficiente agua para sus cultivos, que nunca les falte la bendición de la lluvia, para que puedan prosperar y vivir en armonía con la naturaleza ―declaró con determinación.

El unicornio sonrió con ternura y asintió con la cabeza, impresionado por la nobleza del deseo de Mateo. De inmediato, se sumergió en el río mágico y agitó su cuerno. Un destello de luz brotó del agua y se dispersó por todo el bosque.

Al día siguiente, una lluvia suave cayó sobre el pueblo de Mateo, revitalizando la tierra sedienta. La gente se asombró al ver que el río que abastecía sus cultivos estaba rebosante de agua, y supieron que algo extraordinario había ocurrido.

Mateo compartió la historia de su encuentro con el unicornio y el río mágico, inspirando a su comunidad a cuidar y proteger la naturaleza que los rodeaba. A partir de ese día, el pueblo floreció con cosechas abundantes, y las generaciones venideras recordarían la historia del joven que, con su valentía y generosidad, había encontrado el único río mágico y había concedido el más precioso de los deseos.

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