El Bosque de Amistad



En un hermoso bosque lleno de árboles altos y flores de colores brillantes, vivían tres amigos muy distintos: una hormiga llamada Ana, una mariposa llamada Mía y un gusano llamado Gustavo. Aunque cada uno era diferente, juntos formaban un gran equipo.

Una mañana soleada, Ana, la hormiga, estaba busy buscando comida. "¡Tengo que llevar suficiente alimento para mi colonia!" se decía a sí misma. Mientras buscaba, vio a Mía, la mariposa, revoloteando entre las flores.

"¡Hola, Mía!" saludó Ana. "¿Te gustaría ayudarme a buscar comida?"

"¡Claro que sí, Ana!" respondió Mía. "Me encantaría ayudarte. Además, también puedo hacerte compañía y contarte sobre las flores bonitas de este bosque."

Mientras Ana y Mía trabajaban juntas, se encontraron con Gustavo, el gusano, que estaba arrastrándose por el suelo. Estaba haciendo su camino cuando escuchó un llamativo colorido.

"¡Hola, amigos! ¿Qué están haciendo?" preguntó Gustavo con su voz suave.

"Estamos buscando comida para la colonia de Ana," explicó Mía. "¿Te gustaría unirte a nosotros?"

"Me encantaría, pero no tengo mucha fuerza para moverme rápido..." dijo Gustavo, un poco desanimado.

Pero Ana, siempre optimista, le respondió: "No te preocupes, Gustavo. Cada uno de nosotros tiene habilidades especiales. ¡Podés ayudarnos de otra manera!"

Gustavo se sintió un poco más animado y decidió unirse al grupo. Mientras ellos buscaban, Gustavo notó algo interesante. "¿Ves ese árbol grande?" apuntó con su cuerpo. "Por allí hay unas hojas jugosas que podrían ser perfectas para el almuerzo de tu colonia, Ana."

Así que siguieron la dirección de Gustavo y, efectivamente, encontraron un montón de hojas frescas. Ana, muy agradecida, dijo: "Eres un gran amigo, Gustavo. Gracias a ti, tengo mucho más alimento para la colonia."

Pero el día no iba a terminar así de fácil. De repente, se acercó una tormenta oscura. La lluvia empezó a caer y el viento sopló con fuerza. Mía, asustada, voló alto para buscar un lugar seguro.

"¿Dónde nos refugiaremos?" preguntó Ana, preocupada.

"Yo conozco un lugar," dijo Gustavo, quien recordó que había un pequeño agujero en la tierra que servía de refugio.

"Síguenme!" gritó Gustavo. El grupo corrió hacia el agujero, y mientras la tormenta rugía afuera, encontraron un refugio cálido y seco.

Una vez dentro, Mía comenzó a temblar. "No puedo creer que nos atrapara una tormenta así..."

"No te preocupes, Mía. Aquí estamos a salvo," la tranquilizó Ana.

Mientras esperaban a que el clima mejorara, Ana dijo: "Estábamos trabajando en equipo para recolectar comida. Ahora estamos juntos en este refugio. No importa lo que pase, siempre podemos encontrar la forma de ayudarnos."

Mía sonrió. "¡Exacto! Y cuando la tormenta pase, podemos hacer un picnic con toda la comida que recolectamos."

Gustavo se sintió feliz al ver que sus amigos estaban tan optimistas. Pasaron el tiempo contando historias sobre sus sueños y las cosas que les gustaría aprender. Ana soñaba con ser la mejor recolectora de su colonia, Mía anhelaba volar por todo el mundo, y Gustavo deseaba conocer más sobre las plantas que lo rodeaban.

Finalmente, la tormenta pasó, y el sol volvió a brillar en el bosque. Los tres amigos salieron de su refugio, aún más unidos que antes.

"Miren, el arcoíris!" exclamó Mía, encantada.

"Qué hermoso!" dijo Ana. "¿Y qué tal un picnic?"

Con sus provisiones, se sentaron debajo de un árbol grande, disfrutando de su comida y riendo juntos. En ese momento, Ana miró a sus amigos y dijo: "Hoy aprendí que aunque seamos diferentes, juntos podemos enfrentar cualquier desafío que nos presente la vida."

Los tres amigos se sonrieron, sintiéndose agradecidos por tenerse unos a otros. Y así, en el bosque de la amistad, continuaron viviendo aventuras, ayudándose mutuamente, aprendiendo y creciendo juntos, siempre unidos por la magia de la colaboración.

Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!

FIN.

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