El Bosque de la Amistad
En un hermoso bosque, lleno de árboles frondosos y flores multicolores, vivía una gran variedad de animales. Cada uno tenía su propia peculiaridad, pero todos compartían un rasgo común: no se llevaban del todo bien. Entre ellos, estaba la ardilla Sofia, un poco tímida, el loro Tito, siempre alegre y charlatán, y el joven ciervo Pablo, que era muy curioso pero solitario.
Un día, mientras Sofia recolectaba nueces en su árbol, escuchó una discusión entre Tito y Pablo.
-Tito decía: -¡Mirá que sos tonto, Pablo! Los ciervos no saben jugar.
-¡Y vos no haces más que hablar! -respondió Pablo, hinchado de orgullo.
Sofia, que había estado escuchando, decidió intervenir.
-¿Por qué no probamos a jugar todos juntos? -sugirió, asomándose por la rama.
-¿Jugar? -preguntó Pablo, un poco confundido.- ¿Cómo?
-¡Podemos hacer una carrera! -dijo Tito, con su habitual entusiasmo.
Sofia, emocionada ante la idea de la carrera, propuso que cada uno mostrara sus talentos.
-¡Sería genial! -exclamó. Pero, antes de que comenzara la competencia, los animales comenzaron a dudar.
- ¿Y si no me va bien? -dijo Pablo, temeroso.
-¡No importa! Lo que importa es que nos divirtamos -replicó Sofia mientras saltaba de rama en rama.
Finalmente, los tres decidieron aceptar el desafío. Al llegar al claro del bosque, se unieron otros animales: el conejo Juanito, la tortuga Lía y el viejo búho Ramón, que siempre tenía algo sabio que decir. Todos lanzaron ideas sobre el juego.
-Lía sugirió: -Podemos hacer una carrera con obstáculos. -Juanito agregó: -Yo puedo saltar muy alto, y Gustavo puede correr rápido.
-¿Y qué puedo hacer yo? -preguntó Pablo, grande mientras coqueteaba con la idea de no participar.
-¡Tú puedes usar tu agilidad! -dijo Sofia con una sonrisa.
Así que decidieron que Tito volaría alto y anunciaría el comienzo de la carrera. Sofia y Juanito saltarían a través de los árboles, mientras que Lía y Pablo sortearían los obstáculos. El único que se quedó en la línea de meta fue Ramón, que sabía que cada uno tenía talentos únicos.
Una vez que comenzó la carrera, Tito voló por encima de ellos, emocionado.
-¡Listos... Listos... Fuera! -gritó Tito, y todos comenzaron a correr.
El juego fue complicado, pero se risas y gritos ensordecedores llenaron el aire. Todos se sorprendieron al ver cuán bien trabajaban juntos. La tortuga fue la más lenta, pero en su camino tomó a cada uno para animarles a seguir.
-¡Vamos, amigos! -gritaba Lía.
-¡Podemos hacerlo! -gritaba Juanito mientras saltaba por encima de los troncos.
A medida que avanzaban en la carrera, el ambiente se tornó cada vez más divertido. Pablo, que al principio era muy inseguro, comenzó a disfrutar de la carrera y se dio cuenta de lo bien que podía saltar.
Al llegar a la meta, todos se sentaron juntos, exhaustos y emocionados. Nunca habían tenido un momento tan gratificante.
-¡No puedo creer que hayamos hecho esto juntos! -exclamó Pablo, sonriendo ampliamente.
-¡Es genial lo que podemos hacer cuando trabajamos en equipo! -dijo Sofia, contenta de haberlos reunido.
Tito, aún volando un poco, se unió a la celebración.
-¡Y lo mejor es que nos conocimos mejor! -exclamó.
Desde ese día, los animales del bosque formaron un nuevo grupo de amigos. Comprendieron que, aunque eran diferentes, sus habilidades podían complementarse y, juntos, podían lograr grandes cosas.
Y así, en el Bosque de la Amistad, los animales aprendieron que la inclusión y la aceptación de las diferencias traían alegría y fortalecían la amistad.
Cada semana, celebraban su carrera y disfrutaban de un momento en comunidad, mostrando que, a pesar de sus diferencias, todos podían contribuir y colaborar para hacer del bosque un lugar más armonioso y divertido.
Con cada juego, su amistad se hacía más fuerte, y nunca olvidaron que la verdadera belleza del bosque era la diversidad que cada uno traía. Y así, en su rincón del mundo, ellos vivieron felices y unidos, demostrando que ser diferentes es lo que realmente los hacía especiales.
FIN.