El bosque de la bondad



Érase una vez, en un bosque mágico llamado Encantadia, vivían unas hadas muy especiales. Estas hadas eran conocidas por su belleza y sabiduría, pero también por su curiosidad y espíritu aventurero.

Un día soleado, mientras volaban entre las flores y los árboles del bosque, las hadas escucharon risas provenientes de un claro cercano. Intrigadas, se acercaron sigilosamente para descubrir qué ocurría. Al llegar al claro, vieron a una joven humana llamada Lucía.

Era radiante como el sol y tenía una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor. Las hadas quedaron maravilladas por su belleza y creyeron que era una diosa descendida del cielo.

- ¡Oh diosa hermosa! ¿Qué haces aquí en nuestro humilde bosque? - exclamó la primera hada acercándose a Lucía con respeto. Lucía se sorprendió al ver a las pequeñas criaturas voladoras frente a ella. Sin embargo, no pudo evitar sentirse halagada por sus palabras.

- No soy ninguna diosa -respondió Lucía con una dulce sonrisa-. Soy solo una chica común que disfruta de la naturaleza. Las hadas no podían creer lo que escuchaban.

Para ellas, Lucía era más que una simple chica común; era un ser celestial enviado para bendecir el bosque. Decididas a demostrarle su devoción y admiración, las hadas comenzaron a hacerle regalos: flores brillantes que nunca marchitaban, frutas jugosas e incluso pequeñas estrellas para que pudiera llevarlas consigo.

Lucía, agradecida por los gestos de las hadas, aceptó sus obsequios con humildad y cariño. Aunque no entendía por qué la veían como una diosa, disfrutaba de su compañía y se sentía feliz en su presencia.

Pero un día, mientras exploraba el bosque junto a las hadas, Lucía se encontró con un pequeño conejo herido. Sin dudarlo, decidió cuidarlo y curar sus heridas. Las hadas observaron asombradas cómo Lucía sanaba al conejito con amor y paciencia.

Fue entonces cuando comprendieron que la verdadera magia no provenía de seres celestiales o dones especiales, sino del corazón humano lleno de bondad y compasión. - ¡Lucía! Eres más maravillosa de lo que pensábamos - exclamaron las hadas emocionadas-.

No eres una diosa, pero tu amor y empatía hacen milagros en este bosque. Lucía sonrió mientras abrazaba a las hadas. Habían aprendido juntas una lección valiosa: todos tenemos algo especial dentro de nosotros; solo debemos encontrarlo y compartirlo con el mundo.

A partir de ese momento, Lucía siguió visitando el bosque Encantadia regularmente. Las hadas se convirtieron en sus amigas más cercanas y juntas trabajaron para proteger la naturaleza y ayudar a los animales necesitados.

La historia de Lucía se extendió por todo el reino mágico e inspiró a otros humanos a conectarse con la naturaleza y mostrar compasión hacia todas las criaturas vivientes.

Y así, gracias al amor y la amistad entre Lucía y las hadas, el bosque Encantadia se convirtió en un lugar aún más mágico y lleno de esperanza para todos.

FIN.

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