El Bosque de las Emociones



Había una vez, en un rincón escondido del mundo, un bosque mágico llamado Bosque de las Emociones. Un grupo de cinco amigos, Sofía, Lucas, Renata, Mateo y Tomás, decidió aventurarse en este enigmático lugar una tarde de primavera.

Mientras caminaban entre árboles centenarios y flores de mil colores, Renata, la más curiosa del grupo, exclamó:

"¡Miren! ¡Esa mariposa brilla de una forma extraña!"

Los demás se acercaron y vieron cómo la mariposa danzaba entre los rayos del sol, reflejando una luz que parecía cambiar de color.

"Vamos a seguirla", sugirió Mateo emocionado.

Así lo hicieron, corriendo tras la mariposa, sin saber que los conduciría hacia algo mucho más grande: un claro en el bosque donde había cinco árboles gigantes, cada uno con un fruto de un color diferente.

"¡Miren esos frutos!" dijo Lucías con los ojos muy abiertos.

"¿Qué será?" preguntó Sofía.

"Parece que cada uno tiene un color diferente", añadió Tomás.

Los cinco amigos se acercaron a los árboles: uno tenía un fruto rojo, otro uno amarillo, uno azul, uno verde y el último tenía un fruto morado.

"Creo que deberíamos probar uno de estos frutos", dijo Renata, siempre aventurera.

"Pero, ¿y si no son buenos?" respondió Lucas, un poco inseguro.

"¡Qué miedo!", exclamó Sofía.

Sin embargo, la curiosidad pudo más que el miedo, y cada uno de ellos decidió elegir un fruto. Sofía eligió el rojo, Lucas el amarillo, Renata el azul, Mateo el verde y Tomás el morado.

Tan pronto como probaron los frutos, sintieron una explosión de emociones. Sofía, que había comido el fruto rojo, se llenó de energía y alegría.

"¡Me siento como si pudiera volar!" gritó feliz.

Lucas, en cambio, que había comido el amarillo, sintió un torbellino de incertidumbre y miedo.

"¿Por qué me siento tan ansioso?" preguntó preocupado.

"Creo que ese fruto representa el miedo, Lucas", le dijo Mateo.

Renata, con el fruto azul, se sintió melancólica y reflexiva.

"Siento que quiero llorar, pero no sé por qué..."

Mateo, que había comido el verde, se sintió tranquilo y en paz.

"¡Qué raro! Me siento tan sereno... como si nada pudiera molestarme".

Por último, Tomás comió el fruto morado y se sintió sumamente apasionado, como si pudiera hacer cualquier cosa.

"¡Quiero correr y saltar! ¡Vamos, hagamos algo divertido!"

Mientras cada uno lidiaba con sus emociones, comenzaron a hablar sobre lo que estaban sintiendo.

"Creo que lo que estamos sintiendo son diferentes emociones, y está bien sentirlas" dijo Sofía, intentando ayudar a Lucas a calmarse.

"Pero, ¿cómo hacemos para manejarlas?" preguntó él.

Mateo, que siempre había sido el más tranquilo, sugirió:

"Quizás cada vez que tengamos una emoción fuerte, deberíamos hablar sobre ello. Como ahora."

Los niños se miraron y asintieron, comprendiendo que podían apoyarse unos a otros. Entonces decidieron sentarse en un círculo y compartir cómo se sentían.

"A veces, me siento tan sola en la escuela..." dijo Renata sombreadando la tristeza del fruto azul.

"A mí me pasa que a veces me enojo sin razón, y no sé cómo controlarlo…" confesó Tomás, cuya pasión le había traído risas pero también enojos.

Después de hablar sobre sus emociones, cada uno se sentía un poco mejor.

"Parece que todo se siente más fácil cuando hablamos sobre ello", dijo Lucas, sonriendo levemente.

En ese momento, los frutos de los árboles empezaron a brillar, y uno a uno comenzaron a caer al suelo, mezclándose en un hermoso arcoíris.

"¡Miren!" dijo Sofía. "Tal vez estas emociones pueden convivir juntas, como estos colores."

Así fue como los amigos aprendieron que las emociones eran algo normal y que podían compartirlas y entenderlas juntos. Regresaron a sus casas sintiéndose más sabios y decididos a manejar sus emociones siempre que fuera necesario.

Desde entonces, cada vez que se encontraban, hablaban sobre cómo se sentían y se apoyaban entre sí, convirtiéndose en un grupo aún más unido. Y cada primavera, volvían al Bosque de las Emociones, recordando con cariño aquel día en que descubrieron que no estaban solos en su viaje emocional.

Y así, los niños no solo aprendieron a gestionar sus emociones, sino que también se hicieron amigos de la alegría, la tristeza, el miedo, la tranquilidad y la pasión, haciéndoles compañía en cada paso de su vida.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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