El bosque de las fresas encantadas



Cami era una niña curiosa y aventurera que le encantaba salir a caminar por el bosque cerca de su casa. Un día soleado, decidió explorar un sendero nuevo que la llevó a un claro rodeado de frondosos árboles.

Mientras caminaba, de repente sintió algo chocar contra su sombrero. Al levantar la vista, ¡se dio cuenta de que estaban lloviendo fresas! Grandes y jugosas fresas rojas caían del cielo como si fueran gotas de lluvia.

-¡Qué sorpresa tan deliciosa! -exclamó Cami con los ojos brillantes de emoción. Sin pensarlo dos veces, comenzó a reagarrar las fresas que caían a su alrededor y las guardó en su cesta.

Pero justo cuando estaba por probar una, escuchó una risa traviesa detrás de un arbusto. Se acercó sigilosamente y descubrió a un duendecillo verde saltando de rama en rama. -¡Hola, pequeña exploradora! Soy Pipo, el duende guardián del bosque -dijo el duendecillo con una sonrisa picarona-.

Veo que te gustaron mis fresas mágicas. -¿Fresas mágicas? ¿Cómo es posible? -preguntó Cami asombrada. Pipo explicó que cada cierto tiempo, el bosque regalaba frutas mágicas a aquellos que demostraran ser valientes y generosos.

Y al parecer, Cami había demostrado ambas cualidades al aventurarse sola por el sendero desconocido y compartir las fresas con los animales del bosque. -Me siento muy honrada por este regalo tan especial, Pipo.

¿Hay alguna manera en la que pueda devolverte esta amabilidad? -preguntó Cami con sinceridad. El duendecillo pensativo le pidió ayuda para encontrar una planta medicinal muy rara que crecía en lo más profundo del bosque.

Sin dudarlo ni un segundo, Cami aceptó el desafío y se adentraron juntos en la espesura entre risas y cuentos sobre sus aventuras pasadas. Después de sortear obstáculos e ingeniar soluciones creativas para superar los retos del camino, finalmente encontraron la planta medicinal buscada por Pipo.

El duendecillo estaba tan emocionado y agradecido que decidió concederle otro regalo especial a Cami: una semilla mágica capaz de hacer crecer cualquier planta en cuestión de segundos.

Con lágrimas en los ojos por tanta generosidad y magia vivida ese día, Cami plantó la semilla en su jardín al llegar a casa. Y vio maravillada cómo brotaba un hermoso árbol lleno de fresas gigantes resplandecientes bajo la luz dorada del atardecer.

Desde entonces, cada vez que llovía fresas en el bosque cercano a su casa, todos sabían que era gracias a la valentía y bondad de Cami junto al amigo fiel Pipo, quien siempre estaría allí para protegerla y guiarla en sus futuras aventuras llenas de magia y amistad.

FIN.

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