El Bosque de las Manzanas Brillantes



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes campos, vivía Maria, una niña alegre y amigable. Todos los días, después de la escuela, se aventuraba a su lugar favorito: un hermoso bosque repleto de árboles frutales donde crecía la manzana más jugosa y brillante de todas. Con su canasta de mimbre al brazo, Maria se adentraba en el bosque, saltando de alegría por los senderos de hojas crujientes.

"¡Qué día tan lindo para recoger manzanas!" - decía Maria, respirando el aire fresco y disfrutando del canto de los pájaros.

Sin embargo, un día, mientras exploraba una nueva parte del bosque, Maria se encontró con un árbol que nunca había visto antes. Este árbol era diferente; sus manzanas brillaban como si estuvieran iluminadas por dentro.

"¡Guau! Nunca había visto algo así" - exclamó Maria, acercándose con curiosidad.

Al tocar una de las manzanas, una suave voz salió del árbol.

"¡Hola, Maria! Soy el Árbol Mágico de las Manzanas Brillantes. Estas manzanas tienen un poder especial. Si las comes con un deseo puro en tu corazón, podrías hacer que se cumpla."

Maria no podía creer lo que estaba escuchando.

"¿De verdad? ¡Qué increíble!" - respondió, sus ojos brillando de emoción.

"Pero ten cuidado, el deseo que pidas debe ser bueno y desinteresado. No quiero que se malinterpreten mis poderes" - advirtió el árbol.

Maria, aunque intrigada por el poder de las manzanas, decidió no apurarse a hacer un deseo. En lugar de eso, siguió recogiendo manzanas y compartió su hallazgo con sus amigos del pueblo.

Un grupo de niños, emocionados por la noticia, comenzaron a seguir a Maria hacia el misterioso árbol.

"¿Qué hay de especial en esas manzanas, Maria?" - preguntó Lucía, su amiga de toda la vida.

"Son mágicas, ¡pueden cumplir deseos!" - respondió Maria, sin poder ocultar su emoción.

Los niños estaban fascinados y no podían esperar para probar las manzanas. Pero antes de que lo hicieran, Maria explicó lo que le dijo el árbol.

"Debemos hacer un deseo puro, algo que ayude a los demás, no solo a nosotros" - afirmó Maria.

Los amigos comenzaron a pensar en lo que realmente necesitaban. Después de un buen rato discutiendo, Santiago tuvo una idea.

"¿Y si deseamos que el próximo festival del pueblo sea el mejor de todos?"

Todos asintieron, entusiasmados por la idea.

Maria recordó las advertencias del Árbol Mágico y, al final, todos juntos decidieron alzar las manos, cerrar los ojos y gritar el deseo.

"¡Queremos que el festival sea maravilloso y feliz para todos!"

Las manzanas comenzaron a brillar aún más, y con un suave viento que hizo saltar hojas y pétalos, sintieron que su deseo estaba siendo escuchado.

Pero al día siguiente, algo extraño sucedió. Todo el pueblo comenzó a prepararse para el festival, y cada persona parecía tener una idea única y brillante.

Al llegar el día del festival, el pueblo estaba adornado con flores y luces. Había juegos, música y comida deliciosa, y todos se unieron para celebrar. Sin embargo, el festival superó todas sus expectativas. Mientras todos disfrutaban, Maria y sus amigos se dieron cuenta de algo: el verdadero deseo no era solo para ellos, sino que el deseo compartido había unido a toda la comunidad.

"¡Mirá cómo todos están felices! Creo que esto es lo que realmente deseábamos" - dijo Maria, sonriendo al ver a su mamá bailando con sus vecinos.

Al final del día, cuando las luces parpadearon y el sol se puso, el Árbol Mágico apareció de nuevo en sus pensamientos. Maria entendió que la verdadera magia estaba en hacer felices a los demás y compartir momentos inolvidables.

Con su canasta vacía, se despidió del bosque y corrió de regreso a casa, llevando en su corazón la lección más valiosa de todas: el poder de los deseos compartidos y la alegría de la amistad.

Desde aquel día, Maria siguió visitando el bosque y al Árbol Mágico, pero siempre recordando que la verdadera magia no estaba en la manzana, sino en el acto de dar y compartir.

Fin.

FIN.

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