El Bosque de las Palabras Perdidas



Había una vez, en un colorido bosque lleno de misterios, un grupo de animales especiales que vivían juntos. Cada uno de ellos tenía su propia forma de comunicarse, pero todos deseaban ser entendidos por sus amigos.

Primero estaba Lila, la liebrecita, que tenía un problemita para armar frases. Cuando quería contarle algo a los demás, decía: "Yo... jugar... árbol... " y los demás la miraban con curiosidad.

"¿Qué deseas jugar, Lila?", le preguntó Tito, el tortugo, con su voz pausada pero con mucha paciencia.

"Yo... me gusta... el escondite...", respondió Lila, sintiéndose más feliz al poder expresar su deseo más claro.

Un día, mientras todos jugaban, se unió a ellos Fernando, el flamenco, que tenía una extraña forma de hablar. Siempre se trababa cuando comenzaba a contar chistes y decía:

"¿Por qué... por qué el pez... cruzó... eh... la calle?"

Los amigos esperaban con ilusión la respuesta.

"¿Por qué?", preguntó el pequeño Pipo, el pajarito.

"Porque en el... ¡agua!", terminó Fernando, alzando su pico con mucho orgullo. Aunque a veces se sentía frustrado por no poder hablar con fluidez, sus amigos siempre lo apoyaban.

Luego estaba Bola, la vaca. Bola tenía un problema para producir algunos sonidos y decía —"muuuh"  en lugar de —"hola" . Los otros animales, lejos de burlarse, empezaron a incluir a Bola en sus juegos de palabras.

"Hola, Bola, ¡vení a jugar!", le decía Pipo, saludándola felizmente.

"Muuu... ¡voy!", respondía, sabiendo que siempre era bienvenida.

Un día, mientras estaban en la búsqueda de la fruta más dulce del bosque, encontraron una cueva pintada por dentro. En la pared estaban escritas palabras mágicas. Lila se acercó y comenzó a balbucear.

"¿Qué... es esto? ...", preguntó intrigada.

"Tal vez sean... palabras perdidas!", exclamó Tito, emocionado.

"Quizás si las leemos en voz alta, podamos hacer magia!", sugirió Fernando, olvidando por un momento su tartamudeo.

Decidieron leer las palabras juntas:

"Amigo, unidad, alegría, comprensión…". Cada uno tuvo su turno. Lila, aunque balbuceó un poco, dijo —"amistad" .

"¡Hay que intentarlo otra vez!", gritó Pipo.

Con cada intento, la magia comenzó a suceder: los sonidos que antes les costaban empezaron a sonarle más claros y las palabras fluyeron con más naturalidad.

Todo era risas y alegría en la cueva, hasta que un eco misterioso respondió a las palabras de Bola "Entender... entender... entender...". Los animales se miraron asombrados.

"¿Qué significa eso?", preguntó Lila.

"Creo que… necesitamos trabajar juntos!", propuso Tito.

"Sí! Construyamos un puente de palabras", sugirió Fernando. Y así, con un nuevo espíritu de unidad, comenzaron a armar un camino donde todos se sentían escuchados y comprendidos.

El desafío los unió. Se apoyaban entre ellos, ayudándose a cumplir su objetivo de comunicarse mejor. Lila pedía ayuda en cada frase, Fernando se reía de sus propios tropiezos, y Bola aseguraba que lo importante era intentarlo siempre, no rendirse jamás.

Al final del día, el sol empezó a ocultarse, y con él, la magia de la cueva se desvaneció. Pero todos habían aprendido algo valioso: no se trataba de ser perfectos al hablar, sino de la fuerza de la amistad, la paciencia y la comprensión.

"¡Vamos otra vez a la cueva!", propuso Tito.

"Sí!", gritaron todos. Así, todos los días, regresaban al lugar para seguir descubriendo juntos las palabras que solo ellos podían entender.

Y así, en el Bosque de las Palabras Perdidas, un grupo de animales aprendió que las diferencias no son obstáculos, sino oportunidades para crecer y apoyarse unos a otros.

FIN.

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