El bosque de los árboles felices



Era un día soleado en el Bosque de los Árboles Felices. Los animales corrían, saltaban y jugaban entre los árboles frondosos, cuando de repente, un pajarito llamado Picotito se posó en una rama y gritó:

- ¡Amigos! ¡Me he dado cuenta de que nuestro bosque está quedando vacío! ¡Cada día hay menos árboles!

Los demás animales se reunieron a su alrededor, preocupados. La tortuga Lenta, que siempre era sabia, respondió:

- Es verdad, Picotito. Sin árboles, no habrá sombra, ni frutas, ni aire puro. ¡Tenemos que hacer algo!

El conejo Saltarín, siempre lleno de energía, propuso:

- ¿Y si vamos en busca de semillas para plantar nuevos árboles? ! Eso haría que nuestro bosque reviva!

- ¡Es una gran idea! -exclamó la ardilla Ruidosa, meneando su cola-. ¡Pero, ¿dónde encontraremos esas semillas? !

En ese momento, el búho Sabio, que observaba desde lo alto de un árbol, decidió intervenir:

- Pueden encontrar semillas en el Jardín de las Flores Allenas, al otro lado del río. Es un lugar mágico donde crecen árboles hermosos.

Los animales se entusiasmaron con la idea.

- ¡Vamos, amigos! -dijo Picotito, y juntos partieron hacia el Jardín.

El camino era largo y lleno de sorpresas. Al cruzar un puente colgante, la tortuga Lenta se detuvo y observó el agua que fluía abajo:

- ¡Miren cuán hermoso es este río! Los árboles ayudan a que el agua se mantenga limpia y fresca.

- ¡Sí! -agregó Saltarín-. ¡Y también dan alimento a tantas criaturas! ¡Cuánto hemos aprendido ya!

Finalmente, llegaron al Jardín de las Flores Allenas, un lugar lleno de colores y fragancias. Pero, ante su sorpresa, el jardín estaba descuidado. Las flores estaban marchitas y no había semillas por ninguna parte.

- ¿Qué haremos ahora? -preguntó Ruidosa, desilusionada.

- Bueno, podemos plantar flores primero y hacer que el lugar vuelva a florecer -propuso Lenta.

Los animales se organizaron y empezaron a trabajar juntos. Cavaron la tierra, sembraron nuevas flores y, de a poco, el jardín comenzó a llenarse de vida. En un rincón, encontraron un viejo roble, que apenas sobrevivía.

- ¡Hola, pequeños! -dijo el roble con voz temblorosa-. Gracias a ustedes, estoy despertando de mi letargo. ¡Puedo ofrecerles semillas de mis frutos para que planten en su bosque!

Los ojos de los animales brillaron de emoción.

- ¡Sí, sí! -gritaron todos al unísono.

- ¡Pero primero deben cuidar de mí y de mis amigos! -siguió el roble-. ¡Necesito agua y cariño! Si lo hacen, mis semillas estarán listas en poco tiempo.

Los animales aceptaron el reto y se comprometieron a cuidar del jardín y del roble. Pasaron días regando, protegiendo y cuidando las nuevas flores. Y al pasar una semana, el jardín ya lucía radiante.

- ¡Miren! -gritó Ruidosa-. ¡Las semillas ya están listas!

Con gran alegría, los animales recogieron las semillas y regresaron a su bosque. Empezaron a plantar los nuevos árboles en diferentes rincones, uno a uno.

Con el tiempo, el bosque comenzó a revivir. Los árboles crecieron fuertes y frondosos, llenando el espacio de vida y color. Picotito, Lenta, Saltarín y Ruidosa jugaban entre ellos, agradecidos por la lección aprendida.

- ¡Los árboles son nuestros amigos! -dijo Picotito, volando en círculos sobre sus cabezas.

- ¡Y siempre debemos cuidar de ellos! -agregó Lenta con una sonrisa.

Los animales se abrazaron, sabiendo que habían hecho algo maravilloso. El Bosque de los Árboles Felices volvió a ser como antes, un lugar lleno de alegría, risas y vida, gracias al esfuerzo y la unión de todos.

Así, cada año, celebraban el "Día del Árbol" en su bosque, plantando nuevas semillas y aprendiendo la importancia de cuidar la naturaleza que los rodeaba.

FIN.

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