El Bosque de los Colores Internos



Había una vez una niña llamada Sofía, que era tan alegre y colorida como un arcoíris. Siempre llevaba vestidos de colores brillantes y tenía el cabello adornado con flores.

A Sofía le encantaba jugar en el bosque cercano a su casa y siempre encontraba algo nuevo para explorar. Un día, mientras caminaba por el bosque, escuchó un ruido extraño proveniente de un arbusto. Con curiosidad, se acercó y vio a un monstruo triste escondido entre las ramas.

El monstruo tenía ojos grandes y tristes, dientes afilados y piel grisácea. Parecía muy asustado. Sofía se acercó lentamente al monstruo y le preguntó: "¿Por qué estás tan triste?".

El monstruo levantó la cabeza sorprendido de que alguien se preocupara por él. "Nadie quiere jugar conmigo porque soy diferente", respondió el monstruo con voz temblorosa. Sofía sonrió amablemente y le dijo: "No te preocupes, todos somos diferentes de alguna manera.

¡Vamos a encontrar la forma de hacer que te sientas feliz!". Y así comenzó la aventura de Sofía y el monstruo triste. Juntos recorrieron el bosque en busca de cosas divertidas para hacer.

Saltaron sobre charcos llenos de barro, treparon árboles altos e hicieron carreras corriendo por los prados verdes. Poco a poco, el monstruo comenzó a soltar risas tímidas y su rostro dejó atrás la tristeza. Un día, mientras exploraban una cueva oscura, el monstruo encontró un tesoro escondido.

Era un collar brillante con piedras de colores. El monstruo se emocionó tanto que comenzó a saltar de alegría y a reír a carcajadas. Sofía estaba feliz de verlo tan contento.

El monstruo decidió ponerse el collar todos los días para recordarle lo especial que era. A medida que pasaba el tiempo, más y más criaturas del bosque comenzaron a acercarse al monstruo, fascinados por su nuevo aspecto colorido y amigable.

Sofía y el monstruo aprendieron muchas lecciones juntos. Aprendieron sobre la importancia de aceptar nuestras diferencias y encontrar la belleza en ellas. Descubrieron que la verdadera amistad no se basa en la apariencia exterior, sino en cómo nos tratamos unos a otros.

Con cada día que pasaba, el monstruo triste se volvía menos triste y más feliz. Ya no tenía miedo de ser él mismo porque sabía que tenía amigos genuinos como Sofía.

Y así, gracias al amor y comprensión de Sofía, el monstruo triste encontró la felicidad dentro de sí mismo y compartió esa felicidad con todos los demás habitantes del bosque.

Desde ese día en adelante, siempre había risas resonando en el bosque mientras los animales jugaban junto al amigo colorido que habían encontrado gracias a Sofía, la niña arcoíris.

FIN.

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