El Bosque de los Deseos
Había una vez un pequeño pueblo llamado Santo Arbusto, donde los niños siempre jugaban y se divertían. Sin embargo, había una regla que jamás habían podido romper: no podían pedir deseos. La abuela Rosa, la más sabida del pueblo, siempre decía:
"Por favor, no pidan deseos, eso no es algo que se deba tomar a la ligera".
Pero un día, un grupo de amigos: Tomás, Clara y Leo, decidieron que era hora de descubrir el misterio detrás de los deseos.
"¿No te parece raro que nunca hayamos podido pedir un deseo?", preguntó Tomás.
"Sí, siempre es un tema tabú. Tal vez deberíamos explorar el bosque que está detrás de la colina," sugirió Clara.
"Escuché que hay una leyenda sobre un árbol mágico que puede cumplir deseos," añadió Leo entusiasmado.
Y así, los tres amigos partieron hacia el bosque. Al llegar, encontraron un árbol enorme, de tronco torcido y hojas brillantes.
"Este debe ser el árbol mágico. ¡Vamos a pedir un deseo!" gritó Leo lleno de emoción.
Clara, un poco más cautelosa, dijo:
"Esperen un momento. ¿y si el deseo no es lo que realmente queremos?"
Pero Tomás, sin escucharla, se acercó al árbol y gritó:
"¡Deseo ser el más rápido del pueblo!"
De repente, una suave brisa se sintió alrededor del árbol y, al instante, Tomás comenzó a correr más rápido de lo que él mismo había imaginado.
"¡Mirá! ¡Soy el más rápido!" exclamó, pero a medida que corría, se dio cuenta de que no podía detenerse.
"¡Ayuda! No puedo parar!" gritó desesperado.
Clara y Leo lo miraban preocupados.
"¿Qué haremos?" preguntó Clara, asustada.
"Tal vez debamos pedir otro deseo para que se detenga," sugirió Leo.
"No estoy seguro si eso funcione. Quizá deberíamos intentar ayudarlo de otra manera," respondió Clara.
Justo entonces, una ardilla amistosa apareció y les dijo:
"Si quieres ayudar a tu amigo, deben encontrar la sabiduría en sus deseos. El árbol no solo cumple deseos; necesita que entiendan sus consecuencias."
Clara pensó por un momento.
"¡Tengo una idea! Necesitamos encontrar algo para frenar a Tomás. ¡Podemos darle una dirección, un lugar al que deba llegar!"
"Eso puede funcionar," asintió Leo.
Así que llamaron a Tomás y le gritaron:
"Tomás, corre hacia el árbol más grande del bosque y toca su tronco tres veces! Esa es la manera de detenerte!"
Tomás, aunque asustado, se concentró en la dirección que le dieron. Corrió en línea recta y, al llegar, tocó el tronco del árbol. Con un estallido de luz, se detuvo.
"¡Por fin!" exclamó.
Los tres amigos se abrazaron felices.
Pero Clara seguía pensativa.
"Eso fue muy arriesgado. Tal vez deberíamos pensar en nuestros deseos antes de pedirlos. El poder de los deseos es grande, pero hay que ser muy sabios al usarlos."
"No puedo creer que la aventura se haya vuelto tan intensa. ¡Fue emocionante!" dijo Leo, aunque todavía algo preocupado.
Decidieron regresar al pueblo, pero antes de salir del bosque, se dieron cuenta de que había más cosas para descubrir y aprender.
"Tal vez los deseos no sean tan malos, siempre y cuando seamos responsables," dijo Tomás, aún con una sonrisa de alivio.
"Sí, la próxima vez pediremos algo que beneficie a todos, no solo a nosotros," concluyó Clara.
Y así volvieron al pueblo con una nueva visión sobre los deseos, aprendiendo que cada decisión que tomamos tiene su eco en el mundo que nos rodea. Ya no temieron los deseos, sino que los valoraron como oportunidades de aprender y crecer juntos.
FIN.