El Bosque de los Deseos



En un rincón olvidado del mundo, había un bosque mágico llamado El Bosque de los Deseos. Este lugar estaba lleno de árboles altísimos que parecían tocar el cielo, con hojas de colores brillantes que cambiaban con las estaciones. Las flores allí eran enormes y resplandecientes, algunas con pétalos tan suaves que parecían hechos de terciopelo. Los animales hablaban y compartían secretos, y cada sonido, desde el canto de los pájaros hasta el murmullo del río, parecía contar una historia.

Una mañana brillante, dos amigos, Ana y Tomás, decidieron aventurarse en el bosque. Ana, una niña curiosa con grandes ojos verdes, siempre había oído historias sobre este lugar. Tomás, un niño valiente y siempre dispuesto a explorar, estaba emocionado por lo que podrían encontrar.

"¿Crees que realmente podremos encontrar el Árbol de los Deseos?" - preguntó Ana mientras se adentraban entre los árboles.

"Claro que sí, ¡tenemos que creer en la magia!" - respondió Tomás con una sonrisa.

Mientras caminaban, se toparon con un río de aguas cristalinas que reflejaban el cielo azul. Allí, encontraron a un anciano sapo de ojos dorados, que estaba sentado sobre una roca.

"¡Hola!" - dijo el sapo con una voz profunda y amable. "¿A dónde se dirigen dos valientes aventureros como ustedes?"

"Buscamos el Árbol de los Deseos, ¿sabes dónde podemos encontrarlo?" - preguntó Ana.

El sapo sonrió. "Sí, claro. Pero deben saber que el árbol es muy especial. Solo se puede encontrar si ustedes tienen un deseo puro en su corazón."

Tomás, intrigado, preguntó: "¿Y cómo sabemos si nuestro deseo es puro?"

"Es sencillo - explicó el sapo. - Un deseo puro es aquel que no busca beneficios solo para uno mismo, sino que piensa en los demás. Si desean algo que también hará feliz a alguien más, el árbol se mostrará."

Los amigos pensaron por un momento, sin poder decidir. Ana deseaba que todos tuvieran un lugar feliz para vivir, mientras que Tomás quería que sus amigos tuvieran siempre un motivo para sonreír.

"Tal vez podríamos desear que todos los niños del mundo tengan un sueño que cumplir" - sugirió Ana.

La idea llenó los corazones de ambos de alegría. "¡Eso es!" - exclamó Tomás. "Ese es un deseo puro. ¡Vamos a encontrar ese árbol!"

Siguiendo las indicaciones del sapo, caminaron más adentro del bosque. Después de un rato, encontraron un claro iluminado por la luz del sol. En el centro, se erguía el Árbol de los Deseos, con ramas que brillaban como estrellas.

"¡Mirá! Ahí está, lo encontramos!" - gritó Ana, emocionada.

Ambos se acercaron y tocaron el tronco del árbol. "Ahora, debemos hacer nuestro deseo juntos" - dijo Tomás, mirando a Ana.

Respiraron hondo y, con sus corazones alineados, dijeron al unísono: "Deseamos que todos los niños tengan la oportunidad de hacer sus sueños realidad!"

El árbol comenzó a brillar intensamente; una luz cálida los envolvió. Luego, de sus ramas comenzaron a caer pequeñas semillas que, al tocar el suelo, se transformaron en coloridas flores y mariposas que volaron hacia el cielo. La magia del deseo se esparció por todo el bosque, y por fuera de él también, tocando a muchos corazones.

Ana y Tomás se miraron con lágrimas de felicidad en los ojos.

"¡Lo hicimos!" - dijo Ana con una gran sonrisa.

"Sí, ¡gracias a la magia de nuestro deseo puro!" - respondió Tomás.

Desde ese día, el Bosque de los Deseos se convirtió en un lugar donde todos los sueños podían florecer. Ana y Tomás aprendieron que a veces, la verdadera magia no está en lo que uno desea para sí mismo, sino en lo que se puede lograr juntos, pensando en los demás.

Y así, los dos amigos regresaron a casa, con el corazón rebosante de alegría, sabiendo que habían hecho del mundo un lugar un poco más mágico.

A partir de ese momento, decidieron seguir ayudando a otros a cumplir sus sueños, creando un legado de bondad e inspiración para todos los que conocían.

Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!

FIN.

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