El Bosque de los Dones



Había una vez, en un pueblito escondido entre montañas, dos amigos inseparables: Valentina y Mateo. Valentina era una niña curiosa, con cabellos rizados y ojos brillantes, mientras que Mateo, con su gorra de lona y su risa contagiosa, siempre estaba listo para una nueva aventura. Un día, decidieron explorar un bosque mágico que se decía que estaba lleno de dones y sorpresas.

"¿Viste el mapa que encontramos en la biblioteca? ¡Dicen que este bosque tiene poderes especiales!" - exclamó Valentina, emocionada.

"Sí, ¡debemos descubrirlos!" - respondió Mateo, con una chispa en sus ojos.

Al llegar al bosque, se sorprendieron al ver árboles altos que parecían susurrar entre sí y flores que iluminaban su sendero con colores vibrantes. Mientras caminaban, encontraron un claro donde un grupo de animalitos disfrutaba de un banquete de frutas.

"¡Hola, pequeños amigos!" - saludó Valentina, acercándose a un pajarito que cantaba alegremente.

"¡Hola!" - respondió el pajarito. "Este bosque está lleno de regalos, pero sólo los que compartan con los demás pueden descubrirlos."

Intrigados, Valentina y Mateo decidieron trabajar juntos para ver qué dones podrían encontrar. De repente, una ráfaga de viento sopló y los envolvió en una luz brillante. Cuando la luz se disipó, los niños se encontraron cada uno sosteniendo una canasta que estaba repleta de frutas mágicas.

"¡Mirá!" - dijo Mateo, observando las frutas que cambiaban de color. "¿Y si hacemos una fiesta en el pueblo y compartimos estas maravillas?"

"¡Sí!" - aceptó Valentina, ya imaginando a sus amigos disfrutando de la fiesta. Mientras regresaban al pueblo, querían asegurarse de que todos pudieran probar las frutas del bosque. Prepararon una invitación que decía: "Fiesta de Frutas Mágicas en la Plaza Mayor. ¡Trae tu mejor sonrisa!"

El día de la fiesta, el pueblo estaba lleno de risas y alegría. Valentina y Mateo ofrecieron las frutas a todos.

"¡Probadlo! Son deliciosas y llenas de energía mágica…" - dijo Valentina.

Y así fue como los habitantes se unieron a la fiesta, disfrutando de las frutas y compartiendo historias y risas. Pero pronto, se dieron cuenta de que no sólo podían comer las frutas, sino que también les daban habilidades especiales. Algunos niños comenzaban a correr más rápido, otros podían saltar más alto, y algunos, incluso podían imitar los sonidos de los animales. Todo fue diversión y alegría, hasta que sucedió algo inesperado.

Una tormenta se aproximaba rápidamente, oscureciendo el cielo y asustando a los niños. Sin embargo, en lugar de entrar en pánico, Valentina y Mateo se miraron y decidieron que debían ayudar.

"¡Necesitamos que todos se unan!" - gritó Mateo. "Podemos enfrentar esto juntos!"

"Sí! Debemos compartir nuestro don y salvar la fiesta!" - agregó Valentina, inspirando a los demás.

Juntos, todos los chicos se unieron de la mano, formando un gran círculo en la plaza. Cantaron una canción que habían inventado en el camino, hablando del poder de la amistad y del trabajo en equipo. A medida que su canto crecía en intensidad, el aire se iluminó de colores y comenzó a despejarse la tormenta.

Cuando terminaron, el cielo se había vuelto azul de nuevo y el sol brillaba. Todos aplaudieron y se abrazaron.

"¡Lo logramos!" - exclamó Valentina. "El poder de la amistad puede con todo."

"¡Sí! Y hay que recordar siempre compartir lo que tenemos, sea poco o mucho" - concluyó Mateo, con una gran sonrisa.

A partir de ese día, el pueblo no sólo fue feliz, sino que también aprendió que el bien común crece cuando se comparten los dones, y que juntos son más fuertes, capaces de superar cualquier tormenta. Desde entonces, cada año, Valentina y Mateo organizaban la Fiesta de Frutas Mágicas, donde todos compartían, reían y celebraban los dones que cada uno poseía. Y así, el bosque mágico y su felicidad continuaron floreciendo, como un verdadero símbolo de amistad y comunidad que perduraría para siempre.

FIN.

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