El bosque de los duendes luminosos


Había una vez dos hermanos, Martina y Juan, que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Una noche, decidieron ir de paseo por el bosque a la luz de la luna llena.

A pesar de que sus padres les habían advertido sobre los peligros de salir de noche, los dos hermanos estaban emocionados por la aventura que les esperaba. Caminaron por el sendero iluminado por las estrellas, escuchando el suave murmullo del viento entre los árboles.

De repente, Martina tropezó con una raíz y cayó al suelo. "¡Martina! ¿Estás bien?" -exclamó Juan preocupado mientras ayudaba a su hermana a levantarse. "Sí, sí... solo me torcí un poco el tobillo.

No te preocupes", respondió Martina con una sonrisa valiente. Decidieron seguir adelante con más precaución, prestando atención a cada paso que daban. Pronto llegaron a un claro en el bosque donde vieron destellos brillantes entre los árboles.

"¡Mira Juan! ¡Son luciérnagas!" -exclamó Martina emocionada señalando hacia las pequeñas luces parpadeantes. Los dos hermanos se quedaron maravillados observando cómo las luciérnagas bailaban en la oscuridad como estrellas fugaces en la tierra.

Continuaron caminando hasta llegar a un arroyo cristalino donde se detuvieron para descansar y refrescar sus pies cansados. De repente, escucharon un ruido proveniente del otro lado del arroyo. Intrigados, decidieron cruzarlo para investigar.

Al llegar al otro lado, descubrieron una cueva misteriosa iluminada por una luz tenue que provenía del interior. "¿Crees que deberíamos entrar?" -preguntó Juan mirando hacia su hermana con curiosidad. Martina asintió con determinación y juntos entraron en la cueva oscura. Descubrieron pasadizos estrechos y salas llenas de estalactitas brillantes como diamantes.

De repente, escucharon voces lejanas y risas juguetonas que los guiaron hacia una sala circular donde encontraron a unos duendes traviesos jugando al escondite.

Los duendes se sorprendieron al ver a los dos hermanos e inmediatamente dejaron de jugar para saludarlos amistosamente. Les ofrecieron dulces hechos con miel y frutas silvestres mientras les contaban historias fantásticas sobre el bosque encantado donde vivían.

Después de pasar un rato divertido con los duendes, Martina y Juan supieron que era hora de regresar a casa antes del amanecer. Los duendes les indicaron el camino de regreso y les desearon buena suerte en sus futuras aventuras juntos.

Al salir de la cueva, Martina y Juan caminaron bajo la luz plateada de la luna llena recordando todas las maravillas que habían visto esa noche.

Llegaron sanos y salvos a casa justo a tiempo para ver salir el sol en el horizonte junto con un arco iris brillante que iluminaba el cielo como señal de buen augurio para ellos. Desde entonces, Martina y Juan siguieron explorando juntos nuevos lugares mágicos llenos de sorpresas e historias increíbles compartiendo siempre momentos inolvidables como aquel paseo nocturno en el bosque encantado.

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