El Bosque de los Encuentros
En un rincón apartadito del bosque lleno de árboles altos y misteriosos, vivía una criatura llamada Chuki. Chuki era un muñeco de trapo con un gran y afilado cuchillo dibujado en su parte frontal, que en realidad solo era un dibujo, pero causaba muchos sustos entre los otros habitantes del bosque. Chuki siempre estaba solo, porque todos lo temían.
Un día, mientras exploraba, Chuki se encontró con un lamento triste que resonaba en el aire como un eco. Curioso, decidió investigar. Al acercarse, vio a una figura envuelta en un vestido blanco: era La Llorona.
- ¡¿Quién anda ahí? ! - gritó Chuki, alzando su dibujo de cuchillo.
- Soy La Llorona - respondió ella, con lágrimas en los ojos -. No quiero hacerte daño, solo estoy triste y perdida.
Chuki, que nunca había hablado con nadie, se sintió intrigado.
- ¿Triste? ¿Por qué? - preguntó, bajando un poco su miedo.
- He perdido a mis hijos y lloro buscando respuestas que nunca llegan - sollozó La Llorona.
Chuki entonó una risa amarga.
- ¡Bah! No tengo tiempo para escuchar lloricas. Yo solo quiero ser temido y respetado en este bosque. - Dijo, alzando su cuchillo de trapo.
La Llorona lo miró con ojos llenos de tristeza, pero decidió no rendirse ante su frialdad.
- Puede que esperes esto, pero no eres un monstruo, Chuki. Solo lo pareces. - dijo ella, lo que sorprendió al muñeco.
- ¡¿Qué sabes tú de mí? ! - replicó Chuki, su temperamento crecía.
Días pasaron, y cada vez que Chuki encontraba a La Llorona en el bosque, se convertían en enemigos. Su rivalidad los llevó a tener encuentros cada vez más escandalosos.
Un día, Chuki, enojado por un malentendido, decidió tenderle una trampa. Hizo ruidos y esperó a que ella fuera a investigar. Pero resulta que La Llorona había traído algo especial: una cesta llena de flores.
Cuando llegó al lugar, encontró a Chuki escondido detrás de un árbol.
- ¡Sorpresa! - gritó ella, dejando caer las flores. - Te traigo un regalo.
- ¡No quiero tus flores! - replicó Chuki, pero en el fondo, sentía una curiosidad.
- ¡Regalarlas! - insistió La Llorona. - Te ayudarán a cambiar tu imagen. Nadie siente miedo de ti si te ven con algo bonito.
Chuki frunció el ceño, pero por alguna razón, no podía desviar la mirada de estas flores. Ellas eran tan coloridas... y no se parecía en nada a su terrible imagen.
La Llorona, al ver su reacción, continuó. - No tienes que ser un monstruo. Todos merecemos ser felices, incluso tú. ¿No ves que todos te temen? -
Chuki se quedó en silencio, reflexionando. Nunca había pensado en lo que eso significaría. Se sentía frustrado, pero a la vez, había algo en su interior que quería ser diferente.
- Está bien, intentaré... - dijo, bajando su cuchillo de trapo - Pero no prometo nada.
A partir de ese día, los dos comenzaron a trabajar juntos. Chuki ayudó a La Llorona a no llorar tanto, contándole historias divertidas mientras ella lo adornaba con flores. Juntos, comenzaron a hacer del bosque un lugar más feliz, donde nadie temía a Chuki.
Las criaturas del bosque, que antes temían a Chuki, comenzaron a acercarse, intrigadas por los cambios. Pronto, se dieron cuenta de que Chuki no era un enemigo, sino un buen amigo. La tristeza de La Llorona también se fue reduciendo, con cada sonrisa que aparecía en los rostros de sus nuevos amigos.
Al final, Chuki y La Llorona no solo se convirtieron en amigos, sino que entendieron que los miedos pueden superarse con comprensión y amistad. Juntos, llenaron el bosque de risas, colores y valentía.
- Ve, Chuki - dijo La Llorona un día - no tienes que ser un monstruo. Solo tienes que ser tú mismo.
- Y tú también - contestó Chuki - Gracias por enseñarme eso.
Desde aquel día, Chuki y La Llorona nunca más fueron enemigos. De hecho, el bosque se llenó de nuevas historias llenas de magia, alegría y colores gracias a su amistad.
Y así, el bosque se convirtió en un lugar donde todos podían ser libres de ser quienes eran, sin miedo ni tristeza, porque la verdadera magia de la amistad puede cambiarlo todo.
FIN.