El Bosque de los Frutos Mágicos
Era un hermoso día de primavera y la pequeña Lía había decidido ir a recolectar frutos en el bosque cercano a su casa. Estaba emocionada porque conocía un rincón especial donde crecían las frutas más deliciosas: frambuesas, moras y algunas avellanas. Con su cestita en la mano, comenzaba la aventura.
Recorría el sendero entre los árboles, escuchando el canto de los pájaros y sintiendo la suave brisa en su piel.
- ¡Mirá, un arbusto de frambuesas! - exclamó feliz, mientras se agachaba para recoger algunas de las frutas rojas y jugosas.
De repente, un ruido fuerte sobresaltó a Lía. Un chasquido resonó entre los árboles.
- ¿Qué fue eso? - preguntó en voz baja, mirándose alrededor. Su corazón empezaba a latir más rápido. - Quizás sea un zorro... o un venado... o tal vez, un monstruo.
A pesar de su miedo, Lía decidió acercarse un poco más al origen del sonido. Se movió con cuidado, y al dar un paso más, se dio cuenta de que no estaba sola. Un pequeño grupo de animales se encontraba reunido alrededor de un tronco caído. Había un ciervo, un conejo y hasta un pequeño zorrito.
- ¡Hola! - saludó Lía, sintiendo que no había razón para temer. - ¿Por qué están todos aquí?
El ciervo, con su voz suave, le respondió: - Estamos tratando de ayudar al pajarito que se cayó de su nido.
Lía, que aunque tenía miedo, era muy compasiva, decidió ayudar.
- ¿Cómo podemos ayudarlo? - preguntó con preocupación.
- Necesitamos llevarlo de vuelta a su nido - dijo el conejo, mientras miraba al pajarito que, asustado, temblaba sobre el tronco.
Así que, Lía y sus nuevos amigos idearon un plan. Juntos, buscaron el nido en lo alto de un árbol cercano.
- No puedo trepar tan alto - murmuró Lía, mirando hacia arriba.
- Yo tengo una idea - dijo el zorrito, que era muy astuto. - Podemos hacer una cadena. Tú subes a mi espalda, y yo salto para llegar al nido, con el pajarito seguro.
Lía sintió que su corazón se llenaba de valentía: - ¡Vamos a hacerlo!
Con cuidado, Lía subió a la espalda del zorrito, quien saltó y se aferró a la rama. En un momento de esfuerzo y cooperación, el pajarito fue colocado de vuelta en su nido. Todos aplaudieron de felicidad.
- ¡Lo logramos! - gritó Lía, llena de alegría. Pero de pronto, algo en su interior hizo que se detuviera. - ¿Y si no hubiese tenido valor para acercarme?
- A veces, el miedo puede paralizarnos - dijo el ciervo. - Pero cuando decidimos ayudar, encontramos la valentía que no sabía que teníamos.
Con esa lección en su corazón, Lía se despidió de sus amigos y decidió recorrer el camino de vuelta a casa, llena de frambuesas y una historia que contar. Su aventura en el bosque le había enseñado que enfrentar sus miedos podía traer experiencias maravillosas.
Desde ese día, cada vez que Lía iba al bosque, recordaba que la valentía y la amistad podían hacer que cualquier desafío fuera más fácil de enfrentar. Y así, cada primavera, regresaba al bosque no solo por los frutos, sino también por los maravillosos amigos que había hecho.
FIN.