El Bosque de los Reflejos
Había una vez en un pequeño pueblo, un chico llamado Tomás. Él era un chico especial, pero eso no lo entendían sus vecinos. Tomás tenía algunos problemas de salud que lo hacían diferente. A menudo lo miraban con desdén y los niños le hacían bromas crueles. Un día, agobiado por el rechazo, Tomás decidió huir al bosque cercano que tanto amaba.
Mientras caminaba entre los árboles, sintió una extraña mezcla de tristeza y libertad. El aire fresco lo envolvía como un abrazo. De repente, escuchó una risa melodiosa que resonaba entre los árboles. Intrigado, siguió el sonido hasta encontrar a alguien sorprendentemente familiar. Era una persona idéntica a él, pero con un toque extraño: su piel brillaba sutilmente y tenía una risa que sonaba como el canto de los pájaros.
"Hola, soy Elia," dijo la persona con una sonrisa.
"Yo soy Tomás. ¡Pero... eres igual a mí!"
"Sí, pero también soy un poco diferente. Aquí en el bosque, no tengo que esconderme. ¡Y tú tampoco!"
Tomás miró con curiosidad a Elia. Pasaron horas hablando de sus historias, compartiendo risas y disfrutando del silencio del bosque. Decidieron explorar juntos. Pronto descubrieron un lago mágico donde el agua se reflejaba como un espejo.
"Mirá, Tomás, podemos ver nuestros corazones reflejados aquí," dijo Elia, emocionado.
"¿Nuestro corazón?" - preguntó Tomás, confundido.
"Sí, este lugar muestra quiénes somos realmente, más allá de lo que ven los demás."
Un poco desconfiado, Tomás se asomó al agua. Lo que vio no fue el mismo chico triste que se sentía fuera de lugar, sino a alguien con sueños por cumplir y un hermoso corazón lleno de valentía. Su reflejo sonrió con confianza, algo que nunca había sentido al mirarse al espejo en casa.
"Entonces, ¿no estamos solos?" - murmuró Tomás.
"Nunca lo estás. Solo necesitas encontrar a quienes también ven la belleza en la diferencia," dijo Elia.
Los días pasaron y Tomás empezaba a cambiar. Junto a Elia, aprendió a apreciar sus cualidades y a entender que ser diferente era algo hermoso. Un día decidieron hacer algo especial. Tomás juntó valentía y se asomó al pueblo con Elia a su lado.
"¿Vamos a mostrarnos?" - respiró Tomás.
"Sí, juntos somos más fuertes!"
Al llegar al pueblo, los habitantes los miraron estupefactos. Silencio. Luego, uno de los niños que había molestado a Tomás se acercó. "¿Qué les pasa, son... iguales?" - preguntó con confusión.
"No, somos diferentes y eso está bien," respondió Elia, con una sonrisa amable.
Esa simple frase hizo que los niños comenzaran a murmurar entre sí. Tomás sintió un cosquilleo en el estómago, una extraña sensación de que podía ser aceptado. Pronto, se unieron más chicos de su edad y comenzaron a jugar con ellos, fascinados por la magia de Elia y el valor de Tomás.
"¡Esto es genial!" - exclamó uno de los niños.
"Es verdad, no sabía que ser diferente podía ser tan divertido!" - agregó otro.
Las risas y el juego pronto se hicieron eco en el pueblo. Con el tiempo, Tomás y Elia se convirtieron en los mejores amigos y en una inspiración para todos.
El pueblo aprendió a aceptar la diversidad y a apreciar los valores únicos de cada uno. Tomás ya no era el chico extraño que todos miraban mal. Con la ayuda de su nuevo amigo, había encontrado confianza y fortaleza.
Así, Tomás entendió una valiosa lección: no hay nada de malo en ser diferente, y juntos podemos crear un lugar donde todos sean bienvenidos. El bosque, su refugio, se llenó de risas y nuevos amigos. Fin.
FIN.