El Bosque de los Sueños



Había una vez, en un rincón mágico del bosque, una curiosa hada de los dientes llamada Lila. Lila era una hada muy especial, encargada de recoger los dientes de los niños que los dejaban debajo de la almohada. Sin embargo, había un pequeño problema: había una niña llamada Sofía que nunca había creído en las hadas. Sofía pensaba que eran solo fantasías y cuentos de hadas. Esto entristecía mucho a Lila, ya que deseaba que todos los niños creyeran en su magia.

Un día, mientras volaba por el bosque recolectando dientes, Lila sintió que el aire cambiaba. Había algo especial en la brisa. Era como si sus alas supieran que ese día algo interesante iba a suceder. Lila decidió seguir ese presentimiento, y así, exploró más a fondo el bosque.

Mientras tanto, Sofía estaba de paseo por el mismo bosque, buscando flores. De repente, se dio cuenta de que había un lugar que nunca había visto antes. Al acercarse, se encontró con una casita diminuta, hecha de ramas y hojas. Su curiosidad la llevó a tocar la puerta.

-Peguen

-¡Hola! -dijo Lila, abriendo la puerta con una gran sonrisa.

Sofía dio un paso atrás, sorprendida. -¿Eres… eres un hada? -preguntó con ojos enormes.

-Sí, soy Lila, el hada de los dientes. -Sonrió Lila. -¿Y tú quién eres?

-Soy Sofía. Pero no creo en las hadas. -contestó la niña, mirando a su alrededor con escepticismo.

Lila se sintió muy triste por eso, pero no se dio por vencida. -¿Y si te demuestro que existo? -dijo con esperanzas.

-¿Cómo? -preguntó Sofía.

Lila pensó durante un momento y luego dijo: -Ven, quiero mostrarte algo mágico.

Sofía dudó, pero algo en los ojos brillantes de Lila la convenció. La pequeña hada voló adelante, y Sofía la siguió a través del bosque. Lila la llevó a un claro donde había un campo lleno de flores brillantes que nunca había visto antes.

-Mira, estas flores sólo florecen cuando los niños creen en la magia. -dijo Lila.

Sofía quedó asombrada. -¡Son hermosas! -exclamó. Pero en su mente seguía pensando que quizás todo era solo un truco.

Después, Lila le presentó a otros personajes del bosque: un zorro que bailaba, un búho que contaba historias y un ciervo que pintaba con su antlers. Sofía comenzó a reír, olvidando por un momento que no creía en hadas. Todo parecía tan real y divertido.

-Veo que te diviertes, Sofía. -dijo Lila mientras la miraba disfrutar.

-Sí, es todo tan sorprendente. -admitió Sofía, sintiendo una chispa de magia en su corazón.

Pero cuando el día comenzó a caer, Sofía se sintió triste. -Tengo que volver a casa. -dijo.

-¿Por qué triste? -preguntó Lila.

-Porque, aunque todo esto fue increíble, no sé si puedo creer en las hadas. -Sofía bajó la cabeza.

Lila sonrió, -Creer no significa ver. Significa abrir tu corazón a lo que no puedes explicar. La magia está en la alegría, en la risa y en los buenos momentos que compartimos.

Sofía pensó en eso y una sonrisa se formó en su rostro. -Quizás sí pueda creer un poco. Aunque no vea, puedo sentir la magia. -dijo con un brillo en los ojos.

Lila saltó de alegría. -¡Eso es todo lo que necesitas! -exclamó emocionada. -Cada vez que compartas alegría, la magia de las hadas estará contigo.

Sofía prometió a Lila que nunca olvidaría su aventura. Y aunque regresó a su casa sin ver a Lila de nuevo, en su corazón llevaba consigo la magia del bosque.

Desde ese día, Sofía no dejó de contarle a sus amigos sobre el hada Lila y las aventuras en el bosque. Aunque algunos no le creían, eso no la detuvo. Ella decidió que, a partir de entonces, iba a ver la magia en cada día, en cada sonrisa y en cada rincón del mundo.

Y así, Lila nunca dejó de visitar a Sofía en sus sueños, llenándola de alegría y recordándole la importancia de creer en lo que no siempre se puede ver. Pero sobre todo, de que la verdadera magia vive en nuestras corazones.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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