El Bosque de los Susurros



Era un hermoso día de primavera cuando dos amigas, Lía y Maya, decidieron explorar el bosque que estaba cerca de su pueblo. Estaban emocionadas y llenas de energía mientras reían y corrían entre los árboles.

"¡Mirá cuántas flores hay!" dijo Lía, agachándose para oler una margarita.

"Y sentir el perfume del pino, ¡es increíble!" respondió Maya, mirando hacia arriba y admirando las majestuosas copas de los árboles.

Mientras avanzaban adentrándose más en el bosque, comenzaron a jugar a buscar tesoros escondidos. Sin embargo, cuando se dieron cuenta, estaban lejos de la ruta que habían tomado y ya no lograban reconocer el camino.

"¿Te parece que deberíamos volver?" preguntó Maya, un poco asustada.

"No te preocupes, solo hay que seguir el sendero que hemos creado" respondió Lía, tratando de sonar tranquila.

Las niñas decidieron seguir explorando, pero en su afán de encontrar más tesoros, pronto se dieron cuenta de que no sabían hacia dónde ir. Las risas se convirtieron en preocupaciones cuando el sol empezó a esconderse detrás de las montañas.

"¿Y si llamamos a nuestros padres?" sugirió Maya.

"No tengo señal con mi celular..." dijo Lía, mirando su teléfono con frustración.

Las amigas se sentaron bajo un gran roble, intentando calmarse.

"Tal vez deberíamos hacer algo diferente, como buscar un lugar alto para orientarnos" propuso Lía, tratando de pensar en soluciones.

Así que se pusieron en marcha nuevamente, buscando un claro donde pudieran ver el paisaje. Después de una larga caminata, encontraron un montículo. Subieron y se asomaron, pero lo único que vieron fueron árboles, árboles y más árboles.

"¡No sirve de nada!" se quejó Maya.

"Un momento, Maya. ¿Y si hacemos una señal para que puedan encontrarnos?" sugirió Lía con una chispa de esperanza.

Las niñas comenzaron a recoger ramas y hojas. Pronto formaron una gran 'X' en el suelo que podría verse desde el aire. Con la última luz del día, encendieron pequeños fuegos de campamento con hojas secas.

"¡Esto debería ayudar!" exclamó Lía.

"Esperemos a que alguien nos vea, pero mientras tanto, contemos historias para no desanimarnos" propuso Maya.

Las horas pasaron y contaron historias sobre princesas y dragones, hasta que el agotamiento empezó a hacer efecto.

"Maya, tengo hambre, y un poco de miedo..." dijo Lía tenuemente.

"Sí, yo también. Pero recordá, somos un gran equipo. ¡No está sola!" le dijo Maya, abrazándola.

En ese momento, escucharon un ruido que provenía de un arbusto cercano. Ambas se miraron preocupadas.

"¿Qué fue eso?" preguntó Lía.

"No sé, pero vamos a ver qué es." dijo Maya, sintiendo que su valentía emergía.

Cautelosamente se acercaron al arbusto y, para sorpresa de las niñas, un pequeño conejo salió corriendo. Ambas rieron aliviadas, dándose cuenta de que el bosque también estaba lleno de vida.

"Quizás no estamos tan solas después de todo" comentó Lía sonriendo.

"¡Claro! Y si el conejo está aquí, eso significa que hay otros animales y personas. Puede que nos ayuden nuevamente" dijo Maya, llena de optimismo.

Entonces decidieron que lo mejor sería descansar y esperar a que amaneciera. Al día siguiente, con la luz del sol, se sintieron más seguras. Después de un desayuno improvisado que hicieron al encontrar algunas bayas,

"Vamos a seguir buscando nuestra salida, pero ahora con mucha más calma" propuso Lía.

"Sí, y a buscar más señales que nos lleven a casa" agregó Maya.

Recorrieron el bosque, y luego de un par de horas y exploraciones, encontraron un camino conocido. Al final de este, desde lejos, vieron la luz de una cabaña.

"¡Mirá Lía, hay una casa!" exclamó Maya emocionada.

"Seguro que ahí están nuestros papás. Vamos a correr!" gritaron ambas sin pensarlo.

Al llegar, no solo encontraron a sus padres preocupados, sino también a un grupo de personas del pueblo que habían salido a buscarlas.

"¡Chicas, los estábamos buscando!" dijo una de las mamás con los ojos llenos de lágrimas.

"Lo sentimos, nos perdimos pero encontramos maneras de mantenernos ocupadas y esperarlas" contestó Lía sintiéndose orgullosa.

Así, Lía y Maya aprendieron que cuando se sienten perdidas, siempre hay una forma de volver a brillar. A veces las tormentas internas despiertan la magia de la valentía en los corazones de quienes deciden seguir adelante.

Y así, con sus nuevas historias y aprendizajes, regresaron a casa, listas para nuevas aventuras, pero con más cuidado de no alejarse demasiado.

"¡El bosque era hermoso! Pero no quiero volver en un tiempo" dijo Maya, y Lía asentía, con una sonrisa en su rostro durante el camino a casa.

FIN.

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