El Bosque de los Susurros



Había una vez, en un pequeño rincón del mundo, un niño llamado Mateo que vivía en una casa que parecía una nube. La casa estaba llena de risas y abrazos, pero a veces el viento traía susurros tristes.

Con cada amanecer, Mateo saltaba de la cama como un pájaro que prueba sus alas. Su madre era su sol y su padre era la luna que brillaba en las noches estrelladas. Aunque ellos nunca lo decían, a veces sentía que el cielo estaba un poco menos azul. Pero él sabía que siempre podía encontrar alegría en su bosque favorito, que estaba justo detrás de su casa.

Un día, mientras los árboles bailaban al compás del viento, Mateo decidió explorar un rincón del bosque que nunca había visitado. Los pájaros cantaban canciones que sonaban como risas lejanas, y él los seguía, hasta que llegó a un claro donde encontró una mariposa de colores vibrantes.

- Hola, pequeño. - susurró la mariposa. - ¿Buscas algo?

Mateo, asombrado, respondió - Busco risas, pero a veces solo encuentro susurros que parecen lluvia.

- La lluvia también puede ser hermosa, - dijo la mariposa moviendo sus alas con gracia. - A veces los árboles necesitan que las nubes lloren para florecer. Pero siempre, después de la lluvia, aparece un arcoíris.

Mateo pensó en las veces que había visto un arcoíris, como una sonrisa enorme en el cielo. - ¿Y si no hay arcoíris? - preguntó con un hilo de tristeza.

- Siempre hay un arcoíris, solo necesitas esperar a que el sol brille de nuevo, - respondió la mariposa. - A veces los caminos se bifurcan, pero eso no significa que no puedas encontrar nuevos senderos.

Con esas palabras en mente, Mateo siguió explorando hasta que llegó a un río que serpenteaba como un zorro curioso. Miró su reflejo en el agua y, por un momento, sintió que el viento le cantaba una melodía alegre.

De repente, escuchó un ruido detrás de él: era una ardilla que saltó en el tronco de un árbol.

- ¡Hola! - dijo la ardilla - ¿Estás aquí para jugar?

- Sí, pero a veces me siento un poco solitario, - contestó Mateo. - No sé qué hacer cuando el cielo no es del todo azul.

- La soledad es como un nido vacío. - explicó la ardilla - A veces, lo que parece un vacío puede llenarse de nuevas aventuras. Ven, mira lo que encontré.

Mateo siguió a la ardilla, y juntos descubrieron una cueva escondida entre las raíces de los árboles. Al entrar, encontraron piedras brillantes que parecían estrellas atrapadas en la tierra.

- ¡Mira, son los sueños olvidados! - exclamó la ardilla. - Todos los seres tienen sueños, solo necesitan un poco de luz.

Mateo, sorprendió, tomó una piedra brillante en sus manos. Sintió calor y alegría. - Esto es mágico, - dijo emocionado. - Puedo llevarlo a casa.

Al salir de la cueva, sintió como si el bosque entero estuviera aplaudiendo por su hallazgo. Esa noche, abrazó a su madre y a su padre, y les mostró la piedra brillante.

- Miren lo que encontré, - dijo con una gran sonrisa. - Es un trocito de cielo.

Ellos sonrieron, y aunque sus ojos tenían un brillo diferente, la alegría los unió en un abrazo luminoso. En ese momento, Mateo entendió que aunque el cielo a veces se cubriera de nubes, siempre habría un camino hacia el sol y que el amor podría encontrarse en muchas formas.

Desde entonces, cada vez que el viento soplaba, Mateo recordaba a la mariposa y a la ardilla, y siempre buscaba nuevos senderos que lo guiaran hacia los colores de un nuevo arcoíris. A veces rompía la rutina, se llenaba de aventuras y, lo más importante, llevaba la luz del amor en su corazón.

Y así, en su bosque de susurros, Mateo aprendió que las historias pueden cambiar, pero el amor siempre florece, sin importar cuán lejanas parezcan las estrellas.

FIN.

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