El Bosque Encantado



En un pequeño pueblo llamado Arbolito, había un bosque que todos decían que estaba encantado. Los niños del lugar, siempre llenos de curiosidad, se preguntaban qué secretos guardaba ese bosque. Un día, Lucía, una niña aventurera, decidió que era hora de descubrirlo.

- ¡Vengan! ¡Hoy vamos a explorar el bosque encantado! - gritó Lucía a sus amigos Mateo y Sofía.

- ¡Sí! - respondió Mateo, emocionado.

- Pero, ¿y si hay monstruos? - preguntó Sofía, un poco asustada.

- No haya que temer, ya verás que solo habrá magia y aventuras. - los animó Lucía.

Con sus mochilas llenas de bocadillos y una brújula prestada, los tres amigos se adentraron en el bosque. Extraños ruidos, susurros del viento y el canto de los pájaros les daban la bienvenida. Pronto se dieron cuenta de que el bosque estaba lleno de cosas sorprendentes: árboles que hablaban, flores que cantaban y mariposas que cambiaban de color.

- Miren esos árboles, ¿no parecen tener cara? - observó Mateo.

Todos se acercaron a un viejo roble con nudos que formaban una cara amable.

- ¡Hola, amigos! - dijo el árbol con voz profunda. - Bienvenidos al Bosque Encantado.

- No sabíamos que los árboles podían hablar - dijo Sofía, con los ojos muy abiertos.

- Aquí todo es posible. - sonrió el roble. - Si buscan aventuras, tendrán que ayudar a la anciana Tortuga Sabia. Está teniendo problemas con la oscuridad que ha invadido su hogar.

Intrigados, los niños decidieron ayudar.

- ¿Cómo podemos hacer eso? - preguntó Lucía.

- Deben encontrar la luz que se perdió, en el fondo del río Luminoso. - explicó el árbol.

Siguiendo las instrucciones, los tres amigos llegaron al río. Al acercarse, vieron que el agua no brillaba como antes.

- ¡Es verdad! ¡Está oscuro! - exclamó Mateo.

De repente, un pez curioso se acercó.

- ¿Qué les pasa, pequeños? - preguntó el pez, que tenía escamas que reflejaban la luz del sol.

- La Tortuga Sabia necesita ayuda. La luz del río se ha perdido. - dijo Sofía.

- ¡Lo sé! - dijo el pez. - Unas piedras rojas mágicas se la llevaron. Están en la cueva del eco. Si se las traen, la luz volverá.

Sin pensarlo dos veces, los niños se dirigieron a la cueva del eco. Al entrar, sus voces se multiplicaron y rebotaron en las paredes.

- ¡Hola! ¡Hola! - gritaron, riendo.

Pero al ver las piedras rojas, notaron que eran fuertes y pesadas.

- No podemos cargarlas, son muy grandes. - se lamentó Mateo.

- Esperen, quizás podamos pedir ayuda de los animales del bosque. - sugirió Lucía.

- ¡Gran idea! - aplaudió Sofía.

Así que comenzaron a llamar a los animales. Un grupo de conejos, un búho sabio y un par de ardillas se acercaron.

- ¿Qué les sucede? - preguntó el búho, con mirada comprensiva.

- Necesitamos llevar estas piedras rojas al río. - explicó Lucía.

- ¡Nos ayudarán, ¿verdad? - sonrió Sofía. - Claro que sí. - dijo uno de los conejos.

- Un poco de ayuda nunca está de más. - añadió el búho.

Juntos, formaron una cadena y transportaron cada piedra. Al llegar al río Luminoso, las piedras brillaron intensamente. De repente, el agua comenzó a iluminarse de nuevo:

- ¡Guaooo! - exclamó Sofía.

- ¡Miren! ¡La luz ha vuelto! - gritó Mateo, saltando de alegría.

Sin tardar, regresaron al bosque y le contaron a la Tortuga Sabia.

- Gracias, pequeños. Ustedes han mostrado valentía y trabajo en equipo. - dijo ella, sonriendo. - El bosque siempre estará aquí para ustedes.

Esa tarde, mientras regresaban a su hogar, Lucía, Mateo y Sofía comprendieron que el verdadero encanto del bosque no eran solo los árboles que hablaban o las flores que cantaban, sino la amistad y la colaboración con los demás.

- ¿Volveremos a explorar? - preguntó Mateo.

- ¡Claro! - respondió Lucía. - Hay un mundo por descubrir y muchas más aventuras por vivir. - ¡Y aprender! - agregó Sofía. - Porque cada aventura nos enseña algo nuevo.

Y así, los tres amigos regresaron a sus casas, con el corazón lleno de luz y la promesa de nuevas aventuras en el Bosque Encantado.

FIN.

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