El bosque encantado
Había una vez un niño llamado Tomás, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un hermoso bosque.
Desde muy temprano en la mañana hasta el anochecer, Tomás se aventuraba a explorar los secretos y tesoros que escondían los árboles. Todos en el pueblo estaban intrigados por las idas y venidas de Tomás al bosque. Algunos decían que buscaba tesoros enterrados, otros pensaban que estaba buscando animales exóticos.
Pero nadie sabía con certeza qué era lo que realmente hacía allí. Un día, mientras Tomás caminaba por entre los árboles, escuchó una voz dulce y amigable. Era alguien a quien nunca había visto antes.
Se trataba de Martín, un anciano del pueblo que siempre llevaba consigo una cámara fotográfica. - ¡Hola, joven aventurero! -saludó Martín con una sonrisa-. He notado que vienes al bosque todos los días.
¿Qué te trae aquí? Tomás miró sorprendido al anciano y le respondió:- Me encanta descubrir cosas nuevas en el bosque. Aquí encuentro paz y alegría.
Martín asintió con la cabeza y le dijo:- Eso es maravilloso, pero ¿has pensado alguna vez en compartir tus descubrimientos con otras personas? Podrías enseñarles sobre la belleza del bosque a través de mis fotografías. El niño reflexionó unos segundos y luego respondió emocionado:- ¡Sí! Sería genial mostrarle a todos cómo es este lugar tan especial para mí.
A partir de ese día, Tomás y Martín comenzaron a explorar juntos el bosque. El anciano le enseñaba a tomar fotografías y a capturar la esencia de cada rincón mágico que descubrían. Con el tiempo, las fotos de Tomás se hicieron famosas en todo el pueblo.
Las personas quedaban maravilladas al ver los paisajes y los animales que habitaban en aquel lugar tan especial. Un día, mientras caminaban por un sendero desconocido, encontraron una hermosa cascada rodeada de flores silvestres.
Sin dudarlo, Tomás tomó su cámara y capturó la imagen más increíble que jamás había visto. - ¡Esto es asombroso! -exclamó Martín-. Seguro que esta foto será la mejor que hayas hecho hasta ahora. Tomás sonrió con orgullo y dijo:- Gracias a ti, Martín.
Gracias por mostrarme cómo compartir mi amor por el bosque con los demás. A partir de ese momento, Tomás se convirtió en un pequeño embajador del bosque.
Organizaba exposiciones fotográficas e invitaba a todos los habitantes del pueblo para que conocieran la magia del lugar. La historia del niño aventurero llegó incluso hasta las grandes ciudades cercanas. Pronto, personas de todas partes venían a visitar el bosque para admirar sus maravillas naturales. Tomás nunca dejó de explorar el bosque junto a Martín.
Juntos aprendieron sobre la importancia de cuidar y proteger la naturaleza para las futuras generaciones.
Y así fue como un niño curioso y un anciano amante de la fotografía lograron despertar en todos el amor y el respeto por la naturaleza, convirtiendo aquel pequeño bosque en un lugar mágico y lleno de vida.
FIN.