El bosque mágico de Ana



Había una vez una niña llamada Ana, a quien le encantaba jugar al aire libre. Su lugar favorito para divertirse era el bosque cercano a su casa.

Allí pasaba horas y horas explorando, descubriendo nuevos tesoros y disfrutando de la naturaleza. Un día soleado, Ana decidió ir al bosque en busca de mariposas. Le fascinaban sus colores brillantes y su delicadeza al volar.

Se puso su sombrero favorito y salió corriendo hacia el bosque con un frasco vacío en la mano. Al llegar al bosque, Ana se adentró entre los árboles altos y frondosos. De repente, vio una mariposa azul revoloteando cerca de ella. Sin pensarlo dos veces, comenzó a perseguirla riendo emocionada.

La mariposa parecía jugar con Ana, volando cada vez más alto y más rápido. La niña no se daba por vencida e intentaba atraparla sin éxito.

Mientras corría tras la mariposa azul, Ana se encontró con un árbol gigante que tenía un agujero en su tronco. Curiosa como siempre, decidió asomarse para ver qué había dentro. Para sorpresa de Ana, había un pequeño duende sentado en el interior del árbol.

El duende estaba muy triste porque había perdido su varita mágica y no podía hacer magia sin ella. - ¡Hola! ¿Qué te pasa? -preguntó Ana preocupada-. - ¡Oh! Hola pequeña niña -respondió el duende-. He perdido mi varita mágica y no puedo hacer magia sin ella.

Estoy muy triste. Ana, con una sonrisa en el rostro, le ofreció su ayuda al duende. - No te preocupes, yo puedo ayudarte a encontrarla. Vamos a buscar juntos por todo el bosque -dijo Ana animada-.

Seguro que la encontraremos. El duende se emocionó muchísimo y aceptó la ayuda de Ana. Juntos comenzaron a explorar cada rincón del bosque en busca de la varita mágica perdida.

Mientras buscaban, Ana seguía persiguiendo mariposas y metiéndolas en su frasco vacío. Después de mucho buscar, finalmente encontraron la varita mágica escondida bajo unas hojas secas cerca de un arroyo. El duende estaba tan contento que decidió hacerle un regalo especial a Ana como muestra de gratitud.

Con un movimiento mágico, el duende transformó todas las mariposas que Ana había atrapado en hermosos pétalos brillantes que flotaban en el aire como si fueran globos multicolores. Ana quedó asombrada ante aquel espectáculo tan maravilloso y se sintió llena de felicidad.

- ¡Oh! Muchas gracias, duendecito -exclamó Ana emocionada-. Esto es lo más bonito que me han regalado nunca. El duende sonrió satisfecho y desapareció entre los árboles del bosque.

Ana guardó los pétalos mágicos en una caja especial para siempre recordar aquel día inolvidable.

Desde aquel día, cada vez que iba al bosque corriendo tras las mariposas, Ana recordaba la importancia de ayudar a los demás y cómo los gestos pequeños pueden hacer una gran diferencia en la vida de alguien. Y así, Ana siguió jugando en el bosque corriendo mariposas, siempre dispuesta a descubrir nuevos tesoros y compartir su alegría con todos aquellos que se cruzaban en su camino.

FIN.

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