El Brillante Sueño de Mateo



Había una vez un niño llamado Mateo, que soñaba con ser muy inteligente. Cada mañana, se despertaba con una gran sonrisa en el rostro y la esperanza de aprender algo nuevo en el colegio. Un día, mientras caminaba hacia la escuela, se encontró con sus compañeros de clase, quienes siempre se burlaban de él.

"¡Mirálo! El que no sabe nada de nada" - gritó uno de sus compañeros, riéndose.

Mateo sintió que su corazón se rompía en mil pedacitos. Ya cansado de las burlas, pensó: "¿Y si mejor no existo?" En ese momento, decidió no ir al colegio y se sentó en un banco del parque, pensando en lo que había dicho.

Mientras estaba allí, una anciana que pasaba por el lugar se detuvo al ver su tristeza.

"¿Por qué estás tan triste, querido?" - preguntó la señora.

"Nadie me quiere, me llaman tonto y prefiero no existir" - respondió Mateo, con lágrimas en los ojos.

"Ah, mi niño, lo que los demás digan de ti no define quién eres. Tienes un gran potencial dentro de ti, solo necesitas descubrirlo" - le dijo la anciana con una sonrisa amable.

Mateo la miró, un poco confundido. "¿Cómo puedo descubrirlo?" - preguntó.

"Vas a tener que darle una oportunidad a tu propio talento. Pase lo que pase, nunca dejes de aprender, siempre podrás encontrar algo en lo que seas un verdadero experto" - le aconsejó la anciana.

Con esas palabras resonando en su mente, Mateo decidió que volvería a la escuela. Empezó a concentrarse en las cosas que disfrutaba: contar historias, resolver acertijos y, sobre todo, leer libros. Cada día se sentaba debajo de un árbol en el parque y se sumergía en la lectura, convirtiéndose en un verdadero amante del conocimiento.

Un día, la maestra anunció un concurso de cuentos en el colegio.

"¡Mateo, deberías participar!" - le gritaron algunos otros compañeros, recordando sus historias cautivadoras.

Aunque dudó un poco, se acordó de las palabras de la anciana y decidió intentarlo. Pasó días escribiendo y reescribiendo su cuento, cuidando cada palabra. Cuando finalmente llegó el día del concurso, se sentía nervioso, pero emocionado al mismo tiempo.

Al subirse al escenario, otros chicos comenzaron a reír. "¡Mirá al que siempre pierde!" - dijeron. Pero esta vez, Mateo no se dejó afectar. Con voz firme, comenzó a narrar su historia.

A medida que las palabras salían de su boca, los murmullos se fueron apagando. Los niños empezaron a escuchar, fascinados por lo que contaba. Al finalizar su relato, el silencio era total, y luego un aplauso ensordecedor llenó el aula.

"¡Esa fue la mejor historia que escuché!" - exclamó uno de sus compañeros, con una amplia sonrisa.

El jurado le otorgó el primer premio y, en ese momento, Mateo sintió que había encontrado su lugar. Desde entonces, sus compañeros ya no se burlaban de él, sino que empezaron a admirarlo por su creatividad y valentía.

Con cada historia que contaba y cada libro que leía, Mateo se volvía más seguro y más sabio. Aprendió que lo más importante no era cómo lo veían los demás, sino la relación que uno tiene consigo mismo.

Y así, el niño que soñaba con ser inteligente se convirtió en Mateo, el cuentista brillante, que siempre recordaba el día en que decidió existir y brillar con su propio resplandor.

FIN.

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