El brillo de la bondad


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía una niña llamada Ana. Ana era curiosa y aventurera, siempre buscaba nuevas formas de divertirse y ayudar a los demás.

Un día soleado, mientras jugaba en el jardín de su casa, Ana vio algo brillante en el cielo. Era un arco iris hermoso que se extendía desde una montaña hasta el río. Fascinada por su belleza, decidió acercarse a investigar.

Cuando llegó al pie de la montaña, encontró a un grupo de dioses pintando con pinceles mágicos cada uno de los colores del arco iris. Los dioses estaban ocupados pero felices trabajando juntos para crear esa maravilla celestial.

Ana se acercó tímidamente y preguntó: "¿Puedo ayudarlos a pintar el arco iris?". Los dioses sonrieron y le explicaron que los niños eran importantes en la creación del arco iris según la antigua leyenda.

Si un niño hacía algo malo o egoísta, el arco iris perdería un color. Pero si un niño hacía algo especialmente bueno o compasivo, el arco iris ganaría más brillo y vida.

Llena de emoción por esta oportunidad única, Ana tomó uno de los pinceles mágicos y comenzó a pintar con cuidado cada uno de los colores del arco iris. Los dioses quedaron sorprendidos por la habilidad artística de la niña y cómo sus trazos llenaban el cielo con vibrantes tonalidades.

Los días pasaron y Ana se convirtió en una colaboradora constante de los dioses. Juntos, pintaron arco iris tras arco iris, llenando el cielo con colores que alegraban a todos los habitantes del pueblo.

Un día, mientras Ana caminaba por la plaza del pueblo, escuchó un llanto desconsolado. Siguiendo el sonido, encontró a un niño triste y solo sentado en un banco. Se acercó amablemente y le preguntó qué le sucedía.

El niño explicó que había perdido su juguete favorito y se sentía muy triste por ello. Ana recordó cómo los actos buenos y compasivos podían darle más brillo al arco iris, así que decidió ayudarlo a encontrarlo.

Ambos buscaron por todas partes hasta que finalmente encontraron el juguete escondido entre las hojas de un árbol. El niño estaba tan feliz y agradecido que corrió hacia sus padres para contarles lo sucedido.

A medida que Ana regresaba a casa esa tarde, miró al cielo y vio algo asombroso: el arco iris brillaba más intensamente que nunca antes. Los dioses habían notado su acto de bondad y recompensaban su generosidad con colores aún más vibrantes.

Desde ese día en adelante, Ana continuó haciendo buenas acciones para ayudar a los demás: compartiendo sus juguetes con niños menos afortunados, cuidando de las plantas y animales del pueblo e inspirando a otros niños a hacer lo mismo.

Cada vez que hacía algo bueno o compasivo, el arco iris se volvía aún más hermoso y lleno de vida. Ana se dio cuenta de que su pequeña contribución podía hacer una gran diferencia en el mundo.

Y así, gracias a la valentía y bondad de los niños como Ana, el arco iris siguió brillando en el cielo, recordándonos a todos la importancia de hacer buenas acciones y ayudar a los demás. Porque cada acto de amor puede pintar nuestro mundo con los colores más hermosos.

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