El Brillo de las Gotas



En un pequeño pueblo rodeado de montañas, las nubes grises cubrieron el cielo un martes por la mañana. Los niños se preparaban para salir a jugar, pero Luis, un pequeño con un gran amor por la aventura, miraba por la ventana con una expresión triste.

"¿Por qué tiene que llover? No podremos jugar en el parque..." - suspiró Luis, sintiendo que su día de diversión se había esfumado.

Su hermana mayor, Ana, entró a la habitación sonriendo.

"¿Y si hacemos algo diferente?" - sugirió con entusiasmo.

"¿Diferente? ¿Qué se te ocurre?" - preguntó Luis, un poco intrigado.

"Podemos construir un barco de papel y navegarlo en los charcos. ¡Es como un gran océano!" - propuso Ana, moviendo las manos como si estuviera surcando las olas.

Luis se iluminó. "¡Eso suena genial! Vamos a hacerlo" - respondió, dejando de mirar por la ventana y tomando un bloque de hojas y tijeras.

Ambos hermanos se pusieron manos a la obra. Recortaron, doblaron y decoraron sus barcos de papel con dibujos de monstruos marinos y tesoros escondidos. Tras unos minutos de trabajo, tenían un montón de coloridos barcos listos para zambullirse.

"Vamos al patio, a ver cuál es el más rápido" - gritó Ana, corriendo hacia la puerta. Luis la siguió, sintiendo la emoción en su estómago.

Cuando salieron, las gotas de lluvia caían sobre el suelo, formando pequeños espejos que reflejaban la luz. Luis miró hacia el cielo y vio cómo los colores del arcoíris comenzaban a asomarse entre las nubes.

"¡Mirá, Ana! ¡El arcoíris!" - exclamó Luis, señalando con el dedo.

"Lo veo. Es precioso, pero primero... ¡naveguemos!" - ella grito mientras colocaba su barco sobre un charco.

Luis lanzó su barco al agua con un poco de duda, pero para su sorpresa, el barco comenzó a flotar rápidamente. Ambos se rieron mientras los barcos se deslizaban unos al lado de otros.

De repente, un fuerte ruido los interrumpió. Miraron hacia atrás y vieron a su vecino, el anciano Don Pablo, luchando con su paraguas, que se había dado la vuelta por el viento.

"¡Ayuda! No puedo con este paraguas!" - gritó Don Pablo, con su paraguas atrapado en una de las ramas de un árbol.

Luis y Ana se miraron y, sin pensarlo, corrieron hacia él.

"¡Don Pablo! ¡Deja que lo sujetemos!" - dijo Luis, mientras Ana también se agarraba del paraguas.

Con esfuerzo, lograron desatar el paraguas y, al verlo volver a su forma original, Don Pablo los miró con una gran sonrisa.

"Gracias, chicos. Pensé que hoy iba a ser un día triste, pero ustedes le dieron un cambio increíble. A veces, la lluvia trae sorpresas. ¿Les gustaría unirse a mí para tomar chocolate caliente?" - les ofreció el anciano.

Luis y Ana se miraron sorprendidos y emocionados.

"¡Sí!" - gritaron al unísono.

Mientras caminaban hacia la casa de Don Pablo, comenzaron a hablar acerca de cómo los días lluviosos pueden ser tan divertidos como los soleados. Luis no podía dejar de sonreír.

"Esto es mejor que jugar en el parque" - admitió.

Arribaron a la acogedora casa de Don Pablo, donde el aroma a chocolate caliente llenaba el aire. Se sentaron con él alrededor de la mesa, compartiendo historias y risas. Mientras los tres disfrutaban de su chocolate, las gotas de lluvia seguían cayendo, pero ya no parecían tan tristes.

"Hoy me enseñaron que incluso en un día lluvioso, hay muchas maneras de divertirse y ayudar a los demás" - dijo Don Pablo, agradeciendo a los niños por su compañía.

Al salir de la casa de Don Pablo, Luis miró nuevamente al cielo, donde la lluvia comenzaba a cesar y el sol aparecía timidamente.

"Hoy fue un gran día. Gracias por la idea del barco, Ana" - dijo con una gran sonrisa.

"¡Y por ayudar a Don Pablo! Mira, hay un arcoíris completo ahora!" - añadió Ana, saltando de alegría.

Luis comprendió que a veces una pequeña tormenta puede llevarte a un hermoso día lleno de aventuras. Aprendió que en lugar de lamentarse por lo que no podía hacer, siempre había algo nuevo por descubrir.

Desde ese día, cada vez que llovía, Luis miraba por la ventana y sonreía, listo para salir a jugar y a vivir nuevas aventuras, sin importar el clima. La lluvia, en su corazón, se había convertido en un símbolo de diversión y creatividad.

FIN.

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