El brillo de Valentina
Había una vez en un colorido pueblo llamado Sonrisas, una chica llamada Valentina. Valentina era conocida por su risa contagiosa y su alegría desbordante. Cada mañana, salía de su casa con su vestido amarillo lleno de flores y un gran saludo para todos.
"¡Hola, Dona Chucha!" - decía mientras pasaba por la tienda de dulces.
"¡Hola, Valentina!" - respondía la anciana sonriendo.
"¡Hoy es un día hermoso!" - exclamaba Valentina mientras saltaba por las veredas.
Pero, a pesar de su risa, Valentina a veces se sentía sola. Su mejor amiga, Clara, se había mudado a otra ciudad, y la falta de alguien con quien compartir sus aventuras la hacía sentir un poco triste por momentos. Por eso, Valentina decidía rendirse ante la tristeza y seguir siendo la chica alegre y sonriente, para que nadie la viera triste.
Un día, mientras paseaba por el parque, Valentina encontró a un pequeño perro abandonado. El perrito tenía la mirada triste y el pelaje desordenado. Ella se agachó y le dijo:
"Hola, pequeño. ¿Estás perdido?"
El perro movió la cola débilmente. Valentina, con su gran corazón, decidió llevarlo a su casa.
Una vez en casa, le dio de comer y lo llamó Nube, por el color de su pelaje blanco. Nube rápidamente se convirtió en su mejor amigo y compañero de aventuras. Juntos recorrían el pueblo, jugaban en el parque y hacían reír a los demás.
Pero un día, mientras Valentina estaba en el parque, notó que algunos niños se burlaban de un compañero nuevo que no sabía jugar muy bien al fútbol.
"¡Mirá cómo corre!" - decía uno de ellos mientras se reía.
Valentina sintió que su corazón se apretaba. Se acercó a los niños y les dijo:
"Che, no es divertido burlarse de los demás. Todos aprendemos a nuestro propio ritmo."
Los niños se quedaron callados, sorprendidos por la intervención de Valentina. Pero no todos estaban de acuerdo. Uno de los chicos, Tomás, respondió:
"¿Y a quién le importa eso?"
Valentina, decidida a hacer las cosas bien, se acercó al nuevo compañero.
"Hola, soy Valentina, ¿quieres que te enseñe a jugar?"
El chico miró a Valentina, un poco inseguro.
"No sé si soy bueno en eso..."
"No importa, todos podemos ser buenos si practicamos juntos. ¿Qué te parece si lo intentamos?"
Y así, Valentina y el nuevo chico, a quien pronto le llamó Lucas, empezaron a jugar. Con el tiempo, más niños se unieron a ellos, y pronto el parque se llenó de risas y balones volando. Valentina se dio cuenta de que no sólo estaba ayudando a Lucas, sino que también estaba enseñando a los demás a ser amables.
Sin embargo, el siguiente día, Lucas no fue al parque y Valentina se preocupó. ¿Qué habría pasado? Decidida a averiguarlo, tomó a Nube y fue a visitar a Lucas.
Al llegar a su casa, encontró a Lucas triste. Al verlo, Valentina le sonrió y le dijo:
"¡Hola, amigo! Te extrañé un montón en el parque. ¿Por qué no viniste?"
"No puedo, tengo que moverme con mis papás a otro lugar..." - contestó Lucas, con lágrimas en los ojos.
Valentina se sintió muy triste, pero decidió que no podía dejar que eso les separara.
"No importa dónde vayas. Podemos seguir jugando si tenemos nuestros corazones unidos. ¡Siempre seremos amigos!"
Lucas sonrió, y aunque tenía que irse, sintió que la amistad de Valentina era especial. Antes de irse, Valentina y Lucas intercambiaron cartas y un dibujo que Valentina había hecho de ellos dos jugando con Nube.
Los días pasaron y Valentina siguió siendo la chica alegre y sonriente que todos conocían, pero ahora, además, era una buena amiga. Cada vez que se sentía sola, se acordaba de las palabras de Lucas: "Los amigos siempre estarán en nuestros corazones."
Así, Valentina comprendió que aunque las circunstancias cambian, la alegría y la amistad son cosas que siempre podemos llevar con nosotros. Y con el tiempo, nuevos amigos llegaron al pueblo, y con ellos, nuevas risas y aventuras.
Y así, Valentina, la chica alegre y sonriente, siguió regalando abrazos, risas y amor, llevando la luz de la amistad donde quiera que fuera.
FIN.