El Burrito de Sapallanga
En la pequeña comunidad de Sapallanga, donde los campos verdes se extendían hasta donde alcanzaba la vista, vivía un burrito llamado Pío. Este burrito era muy especial, no solo porque tenía un pelaje marrón brillante, sino porque tenía un corazón aún más grande. Su dueño, don Manuel, un anciano bondadoso, lo adoraba y juntos pasaban sus días trabajando en la tierra y recorriendo los senderos del pueblo.
Un día, mientras don Manuel acariciaba la cabeza de Pío, su nieto, Lucas, llegó corriendo desde la escuela.
"¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Mira lo que traje!" - exclamó Lucas, sosteniendo un dibujo colorido en sus manos.
Don Manuel se inclinó para verlo y sonrió."¡Es hermoso, Lucas! ¿Quién es este personaje?"
"Es Pío, mi amigo el burrito. ¡Quiero llevarlo a la escuela para mostrarlo a mis compañeros!" - respondió el niño emocionado.
Don Manuel pensó un momento y dijo: "Está bien, pero debemos asegurarnos de que Pío esté cómodo. Vamos a preparar todo para su visita."
Al día siguiente, don Manuel, Lucas y Pío partieron rumbo a la escuela. El burrito se movía feliz, con los orejas de punta, mientras los niños de Sapallanga los miraban con curiosidad.
Al llegar, Lucas presentó a Pío con orgullo."¡Chicos, este es Pío! ¡El mejor burrito del mundo!"
Los niños se agolparon alrededor de Pío, acariciándolo y riendo.
"¡Es tan lindo!" - dijo una niña.
"¿Puede hacer trucos?" - preguntó otro niño.
Don Manuel, guiado por el cariño que le tenía a su burrito, dijo: "¡Claro que sí! Pío puede hacer cosas asombrosas. Escuchen, voy a mostrarles algo."
Con el entusiasmo de los niños y la confianza de Pío, don Manuel le enseñó a hacer algunos trucos simples. Por cada truco, los chicos aplaudían y reían.
Sin embargo, cuando parecía que el día iba a ser perfecto, una de las ventanas de la escuela se rompió accidentalmente durante el bullicio. Los alumnos se pusieron muy preocupados.
"¿Qué pasará ahora?" - murmuraron entre ellos.
"No puedo creer que esto haya pasado..." - decía un niño, preocupado por las consecuencias.
Don Manuel, viendo la angustia en los rostros de los niños, se acercó."Chicos, no hay razón para entrar en pánico. A veces ocurren accidentes, pero siempre podemos aprender de ellos. ¿Qué les parece si hacemos una actividad para reparar la ventana y, de paso, convertimos esto en una lección de trabajo en equipo?"
Los niños se miraron entre sí con una chispa de esperanza.
"¡Sí!" - gritaron al unísono.
Entonces, don Manuel organizó a los niños en grupos. Mientras algunos comenzaron a recoger los cristales rotos con cuidado, otros buscaban madera para hacer un marco nuevo.
Pío, el burrito, observaba atento y parecía entender la misión. Cuando un grupo se quedó sin clavos, Pío fue increíblemente útil al permitir que los niños aprendieran a usar herramientas en su pequeña granja.
Finalmente, después de mucho esfuerzo, los niños lograron reparar la ventana. Estaban agotados pero felices.
"¡Lo hicimos! ¡Gracias a Pío y a todos, ahora la ventana está como nueva!" - exclamó Lucas con alegría.
Don Manuel, orgulloso de su nieto y de sus amigos, dijo: "Hoy aprendimos que trabajar juntos puede resolver cualquier problema, y que siempre hay un lado positivo en lo negativo. ¡Y claro, también aprendimos a cuidar a nuestro amigo Pío!"
Al terminar el día, don Manuel miró a Pío y le dijo: "Gracias, amigo. Sin vos, este día no habría sido el mismo." El burrito miró a don Manuel y le relinchó, como si entendiera cada palabra.
Desde aquel día en la escuela, Pío no solo fue el burrito de don Manuel, sino que se convirtió en el mejor amigo de todos los niños de Sapallanga. Y así, en cada rincón del pueblo, los niños recordaban aquella lección de unidad y diversión gracias a su querido burrito.
FIN.