El Burrito que Aprendió del Amor y la Valentía
Había una vez en el hermoso pueblo de Nazaret, un burrito llamado Mensajero. Vivía felizmente en una pequeña granja con su amable dueño, Benito. Mensajero era un burrito muy curioso y siempre estaba buscando aventuras.
Un día, mientras paseaba por los campos verdes cerca del pueblo, Mensajero escuchó a lo lejos risas y aplausos. Se acercó corriendo y descubrió que todos estaban reunidos alrededor de alguien muy especial: Jesús.
Era un hombre amable y lleno de amor que realizaba milagros increíbles. Mensajero quedó maravillado al presenciar cómo Jesús sanaba a personas enfermas, multiplicaba panes y peces para alimentar a la multitud e incluso calmaba las tormentas con solo unas palabras.
Desde ese momento, Mensajero supo que quería estar cerca de Jesús y aprender de él. "¡Hola! Soy Mensajero", dijo el burrito emocionado al acercarse a Jesús. Jesús sonrió y acarició la cabeza del burrito. "Hola, Mensajero. Me alegra conocerte".
Desde ese día, Mensajero se convirtió en el fiel compañero de Jesús durante sus 33 años de vida en la Tierra. Juntos recorrieron caminos polvorientos, cruzaron ríos cristalinos y subieron montañas altas.
Cada vez que Jesús realizaba un milagro o enseñaba una lección importante, Mensajero estaba allí para ser testigo de ello. A través de los ojos del burrito, los niños aprendían sobre el amor incondicional, la bondad y el poder de creer en sí mismos.
Un día, mientras Jesús enseñaba a una multitud sobre la importancia del perdón, un hombre llamado Simón se acercó molesto. No entendía por qué debía perdonar a aquellos que le habían hecho daño.
"¿Por qué debería perdonar si ellos me hicieron tanto mal?" preguntó Simón con voz airada. Jesús sonrió y miró a Mensajero. "Mensajero, cuéntale a Simón lo que has aprendido".
El burrito se acercó al hombre y susurró en su oído: "Simón, el perdón no es para los demás, sino para ti mismo. Cuando perdonas, liberas todo el peso del rencor y abres tu corazón al amor". Simón reflexionó sobre las palabras de Mensajero y finalmente entendió la importancia del perdón.
Agradecido, abrazó a Jesús y prometió seguir sus enseñanzas. A medida que los años pasaban, Mensajero también aprendió muchas lecciones valiosas junto a Jesús. Descubrió que cada persona tiene un propósito especial en este mundo y que todos pueden hacer una diferencia sin importar cuán pequeños sean.
Un día triste llegó cuando Jesús fue crucificado en una colina llamada Gólgota. El corazón de Mensajero estaba lleno de dolor mientras observaba cómo su amigo era clavado en la cruz.
Lágrimas rodaron por sus mejillas peludas mientras esperaba cerca de la tumba donde habían dejado el cuerpo de Jesús. Pero tres días después, ocurrió algo asombroso: Jesús resucitó de entre los muertos. Mensajero saltó de alegría y corrió hacia él, lleno de felicidad.
"¡Jesús! ¡Estás vivo!" exclamó el burrito emocionado. Jesús sonrió y abrazó a su fiel amigo. "Sí, Mensajero. Mi amor es más fuerte que la muerte".
Desde ese día en adelante, Mensajero siguió compartiendo las enseñanzas y los milagros de Jesús con todos los niños del mundo. A través de sus historias, los pequeños aprendieron sobre el poder del amor, la importancia del perdón y la valentía para enfrentar cualquier desafío.
Y así, Mensajero vivió felizmente durante muchos años llevando esperanza y alegría a todos aquellos que escuchaban su historia. Su corazón siempre estuvo lleno de gratitud por haber tenido la oportunidad de conocer a Jesús y ser parte de su extraordinaria vida llena de milagros. El fin
FIN.