El Burro con Alas y la Lección de Serón



En el pueblo de Serón, donde todos los días brillaba el sol y sonaban risas en las plazas, circulaba un rumor que echaba un poco de sombra a la alegría: "¡Cuidado con el burro con alas!" Decían que este peculiar animal volador venía a buscar a los niños que se portaban mal. Algunos decían que les enseñaba a ser buenos, mientras que otros aseguraban que los llevaba a tierras lejanas donde no había más juegos ni risas.

Diego, un niño travieso de siete años, no creía en las leyendas. Un día, después de hacer travesuras con sus amigos, escuchó a su madre decir: "Si sigues así, vas a encontrar al burro con alas y no vas a volver a jugar nunca más."

"¿Qué burro ni qué alas?", se rió Diego, echando a correr hacia el parque.

Pero esa noche, mientras el cielo se cubría de estrellas, Diego se quedó despierto pensando en todas sus travesuras. "¿Y si el burro con alas es real?" Se asustó al imaginar volar lejos de su hogar.

A la mañana siguiente, sus amigos le contaron sobre un nuevo plan: asustar a don Pepito, el cartero del pueblo. Aunque Diego sabía que no era correcto, la idea le pareció divertida. "Dale, ¡vamos!" dijo, sin pensar en las consecuencias.

Mientras se preparaban para hacer su travesura, un fuerte viento rompió la calma de la mañana. En medio del alboroto, Diego sintió un escalofrío. De repente, aparecieron ante ellos unas grandes alas que brillaban al sol y, a su lado, un burro con un aspecto amistoso pero curioso.

"¿Qué están haciendo, muchachos?" preguntó el burro, moviendo sus orejas oversize.

"¡Nada! Solo vamos a divertirnos con don Pepito... No es nada malo, ¿verdad?" se defendió Diego, intentando sonar seguro.

"Puede que no lo parezca, pero asustar a alguien no es justo y no está bien. ¿No es cierto?" dijo el burro con un tono sabia.

Diego, sorprendido por el acento de sabiduría del burro, se quedó en silencio.

"Soy el Burro volador de Serón y he venido a mostrarte algo. Ven, sígueme."

Sin saber por qué, Diego sintió que debía seguirlo. El burro batió sus alas y elevó el vuelo, llevándolo por encima de los árboles. Le mostró el pueblo desde lo alto: la risa de los niños jugando, los adultos sonriendo y ayudando a los demás.

"Esto es lo que realmente importa, Diego. Las travesuras pueden ser divertidas, pero hacer daño a otros no lo es. ¿Entiendes?" explicó el burro mientras volaban.

Diego empezó a sentir un nudo en el estómago. Estas imágenes eran mucho más bellas que cualquier broma que pudiera hacer.

"Quiero que pienses en cómo tus acciones pueden afectar a los demás. El verdadero poder está en hacer el bien, no en asustar. ¿Podés prometerme que lo intentarás?" le pidió el burro, mirándolo con amor.

"Sí, lo prometo. No volveré a hacer travesuras para asustar a los demás. ¡Lo siento!" gritó Diego mientras descendían de nuevo al suelo.

El burro lo llevó de regreso al parque, y justo cuando estaban por aterrizar, un estruendo de hojas y risas los recibió. Los amigos de Diego estaban ansiosos por escuchar lo que había sucedido.

"¿Qué hiciste, Diego?" preguntó su mejor amigo, Tomás.

"¡Conocí al burro con alas! Y me enseñó que hay que ser buenos y cuidar a los demás, no asustarlos. Llevémosles un regalo a don Pepito como una forma de disculparnos. ¡Vamos!" replicó Diego.

Y así, los chicos se dirigieron a comprar algunas galletitas para el cartero. Cuando llegaron, don Pepito, sorprendido por el gesto, les sonrió ampliamente y les dio un par de caramelos a cambio. A partir de ese día, todos los niños del pueblo decidieron que hacer el bien era más divertido que asustar a los demás.

Diego nunca vio al burro con alas nuevamente, pero cada vez que pensaba en él, recordaba la importancia de ser amables. Con el tiempo, su sonrisa y la de su madre se hicieron más grandes, como las alas de aquel misterioso burro que había cambiado su forma de ver el mundo.

Y así, la historia del burro con alas siguió viva en Serón, no como un símbolo de miedo, sino como un recordatorio de que lo mejor siempre será hacer el bien. Desde entonces, cada niño en el pueblo recitaba con una risa cómplice: "No temeré al burro con alas, porque el verdadero vuelo está en hacer el bien a los demás".

FIN.

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