El Caballero de la Paz



En una escuela de Buenos Aires, había un lugar lleno de risas, juegos y, a veces, pequeñas peleas. Todos los días, los niños jugaban en el recreo, pero cuando algo no les gustaba, comenzaban a discutir. Sin embargo, un día, todo cambió con la llegada del Caballero de la Paz. Este superhéroe no llevaba capa, sino un gran uniforme azul con una paloma blanca en el pecho.

Una mañana soleada, los niños estaban jugando a la pelota. Juan y Lucas se disputaban el balón.

"¡Es mío! ¡Yo lo toqué primero!" - gritó Juan, mientras Lucas lo empujaba, tratando de recuperar el balón.

"¡No es cierto, tramposo!" - respondió Lucas, furioso.

La pelea estaba a punto de escalar, cuando de repente apareció el Caballero de la Paz, volando suavemente sobre el campo de juego.

"¡Alto ahí, valientes luchadores!" - dijo, aterrizando como un rayo. "¿Qué está pasando aquí?".

Los niños, sorprendidos, enmudecieron y se quedaron mirando al superhéroe.

"Estamos discutiendo por la pelota... pero no me importa, porque voy a ganarla, ¡y Juan tiene que dármela!" - declaró Lucas, cruzando los brazos.

"No es así, yo la toqué antes, ¡debería ser mía!" - contestó Juan.

El Caballero de la Paz sonrió, comprendiendo que la situación era confusa.

"¿Saben qué? Voy a ayudarles a resolver esto. Primero, expliquen por qué quieren la pelota y cómo se sienten. ¿Qué les parece?".

Los niños se miraron y, luego de un momento de silencio, Juan habló.

"Yo quiero jugar porque quiero hacer un gol y hacer felices a mis amigos".

"¡Yo también quiero jugar para divertirme y para que todos se rían!" - agregó Lucas, intentando calmarse.

"Eso suena genial, chicos. Pero peleando no lograrán divertirse, ¿verdad?" - siguió el Caballero de la Paz.

Los niños se dieron cuenta de que estaba en lo cierto.

"Entonces, ¿qué podemos hacer?" - preguntó Juan, con una mirada esperanzada.

"Pueden trabajar juntos. ¿Qué tal si organizan un juego en equipos? Así, todos pueden participar y nadie se queda sin jugar" - sugirió el superhéroe.

Los niños se miraron, pensativos, y comenzaron a sonreír.

"¡Buena idea!" - exclamó Lucas. "Podemos ser un equipo junto a los demás".

"Sí, sí, todos juntos!" - gritaron los demás niños, que se habían acercado a escuchar.

Y así fue como, junto al Caballero de la Paz, los niños organizaron un gran partido de fútbol. Al finalizar, todos se sintieron felices, incluso más que si hubiesen pelearse.

Esa no fue la última vez que el Caballero de la Paz ayudó a los niños. A partir de ese día, cada vez que había una pelea, él llegaba volando y les enseñaba a resolver sus diferencias con palabras y amistad.

Un día, sin embargo, algo diferente ocurrió. Un grupo de nuevos chicos llegó a la escuela. No conocían a nadie y, al sentirse apartados, comenzaron a jugar solos. Juan y Lucas vieron esto y pensaron que era hora de ayudar también ellos.

"¡Es hora de hacer algo!" - dijo Juan, entusiasmado. "Invitemos a esos chicos a nuestro partido".

"¿Pero y si no quieren jugar?" - se preocupó Lucas.

"Si no preguntamos, nunca lo sabremos" - respondió Juan, decidido.

Se acercaron al grupo de nuevos chicos y les dijeron:

"¡Hola! ¿Quieren jugar con nosotros?".

"No sé, no conocemos el juego" - contestó uno de ellos, titubeando.

El Caballero de la Paz apareció justo a tiempo.

"¡Hola, nuevos amigos! Pero ¿qué ven mis ojos? Hay un gran partido y falta algo... ¡La unión de todos! ¿Por qué no les muestran a los demás cómo jugar? Podrían ser los mejores en el campo".

Los nuevos chicos se iluminaron y aceptaron la invitación. Y así, todos juntos, formaron un gran equipo y llenaron de alegría el recreo. El Caballero de la Paz vio todo desde lo alto, orgulloso de cómo los niños habían aprendido a resolver sus diferencias y a incluir a todos.

Al finalizar el partido, el superhéroe se acercó.

"Hoy han demostrado que jugar no es solo una cuestión de ganar, sino de compartir y hacer amigos. ¡Ustedes son los verdaderos campeones!" - dijo.

Desde entonces, Juan, Lucas y los nuevos chicos se hicieron grandes amigos, reforzando el bello lazo de la amistad. El Caballero de la Paz continuó volando en el patio de su escuela, siempre listo para inspirar a los niños a ser amables y resolver sus diferencias con sabiduría y amor. Así, la escuela se convirtió en un lugar más amigable y feliz. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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