El Caballito de Madera



En un pueblo lejano, rodeado de montañas y ríos, vivía un niño llamado Tomás. Era un niño de grandes sueños y una sonrisa que iluminaba su rostro, pero había un pequeño problema: se sentía muy solo. Los demás niños del pueblo solían jugar juntos, pero Tomás siempre se quedaba al margen, observando desde lejos con su corazón lleno de anhelos.

Un día, mientras caminaba por el bosque, encontró un tronco de madera en el suelo. "Este puede ser el comienzo de algo grande"- pensó Tomás. Al llegar a casa, se sentó en el patio y comenzó a trabajar. Con un poco de imaginación, una navaja y muchas ganas, comenzó a tallar su proyecto: un caballito de madera.

Día tras día, Tomás le daba forma y color al caballito. "Te voy a llamar Torito"- le dijo un día, mientras le pintaba los ojos. Torito comenzó a tomar forma, y Tomás se llenó de alegría. "Cuando esté listo, voy a invitar a todos a jugar conmigo"- se dijo. Sin embargo, había algo que le preocupaba: "¿Y si a los otros niños no les gusta?"- pensó.

Finalmente, después de semanas de arduo trabajo, el caballito estuvo listo. Tomás lo decoró con cintas de colores y una campanita en la cabeza. Con mucha emoción, decidió llevar a Torito al parque, donde los demás niños solían jugar.

Cuando llegó al parque, su corazón latía con fuerza. "Hola, chicos"- dijo, tratando de hacerse escuchar entre las risas y juegos. Nadie parecía notarlo. Tomás sintió que el miedo lo invadía nuevamente, pero decidió ser valiente. "¡Miren, miren lo que hice!"- exclamó, levantando a Torito en el aire.

Los niños se dieron vuelta, sorprendidos. "¿Ese es tu caballito?"- preguntó Ana, una niña de su clase. Tomás asintió, un poco nervioso. Fue entonces cuando los demás se acercaron, intrigados.

"¡Es hermoso!"- dijo Lucas, uno de los chicos más populares del pueblo. "¿Puedo probarlo?"-

Tomás sintió una mezcla de nervios y alegría. "Claro, todos pueden jugar con él"- respondió, sintiéndose un poco más seguro.

Uno a uno, los niños comenzaron a jugar con Torito. Hicieron carreras, saltos y hasta una pequeña competencia para ver quién podía hacer el mejor truco con el caballito. Tomás se sintió más feliz que nunca, lleno de risas y compañía. Pero, tras un rato de juego, ocurrió algo inesperado.

Mientras jugaban, un niño más pequeño, que había estado observando desde lejos, se acercó y dijo tímidamente "¿Puedo jugar también?"-

Los otros niños se miraron, y por un momento, Tomás sintió miedo de que fueran a decirle que no. Sin embargo, en vez de eso, Lucas respondió "¡Sí! Todos pueden jugar. El caballito es para todos"- con una sonrisa.

Tomás comprendió que la verdadera diversión no solo era jugar con Torito, sino compartirlo con los demás. Desde ese día, el caballito de madera se convirtió en el centro de atención en el parque. Cada tarde, los niños se reunían para jugar, inventar nuevas historias y aventuras que parecían no terminarse nunca.

Un día, mientras jugaban, Tomás sugirió "¿Qué tal si hacemos una carrera de caballitos?"- Los niños se entusiasmaron y comenzaron a preparar sus propios caballitos de madera.

"Voy a hacer el más veloz de todos"- dijo Ana, llena de energía. Así, cada niño se dedicó a crear su propio caballito, y la plaza del pueblo se llenó de risas, pintura y alegría. Todos se unieron en un gran torneo de caballitos. No solo competían, sino que también se ayudaban unos a otros, compartiendo ideas y risas.

Al finalizar el torneo, Tomás miró a su alrededor y pudo ver cuán felices eran todos. Se dio cuenta de que el caballito de madera no solo le había traído compañía, sino que había hecho de su pueblo un lugar más unido.

Así fue como Tomás, el niño que se sentía solo, se convirtió en el niño que trajo alegría a todos. Aprendió que la verdadera amistad siempre está dispuesta a crecer y que compartir es uno de los mayores tesoros que podemos tener. Desde ese día, Tomás ya no se sintió solo, sino que rodeado de amigos que siempre estarían dispuestos a jugar, compartir y crear nuevas aventuras juntos.

Y así, en aquel pueblo lejano, el caballito de madera se convirtió en un símbolo de amistad y alegría, recordando a todos que cuando compartimos lo que amamos, nunca estaremos solos.

FIN.

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