El Caballito de Madera
En un pueblo muy lejano, vivía un niño llamado Nico. Nico era un chico solitario, que pasaba sus días jugando solo en el patio de su casa. A veces, se sentaba en una colina y miraba a los otros niños jugar juntos, riendo y corriendo. "No me gusta estar solo", pensaba Nico, con una profunda tristeza.
Un día, mientras caminaba por el pueblo, vio en la tienda un hermoso caballito de madera. Era pequeño, con una sonrisa pintada en su rostro y una crin de lana blanca. A Nico le brillaron los ojos. "¡Qué hermoso!", exclamó. Pero luego pensó: "Si lo compro, podría tener un amigo para jugar, pero también podría prestárselo a otros niños, así podría hacer amigos".
Con la ayuda de su mamá, lograron ahorrar el dinero suficiente y, finalmente, Nico compró el caballito. Estaba tan contento que no podía dejar de sonreír. "¡Te llamaré Copito!", gritó mientras abrazaba a su nuevo amigo.
Días después, Nico decidió llevar a Copito al parque. Al llegar, lo mostró con orgullo a todos los niños. "Miren mi caballito de madera, ¡es genial!", dijo alegremente. Los otros niños miraron curioseando, pero ninguno se acercó. Nico sintió un nudo en la garganta.
Decidido a cambiar eso, se acercó a un grupo de niños que se reían cerca de un tobogán. "Hola, ¿quieren jugar con mi caballito?", preguntó nerviosamente.
Una niña de cabello rizado lo miró y dijo: "¿Podemos montar a Copito?"
Nico se iluminó. "¡Sí! Pueden turnarse para montar, y después podemos jugar juntos a carreras!"
Así lo hicieron. Cada niño trató a Copito como si fuera un corcel mágico, se reían y jugaban corriendo por el parque. Con cada risa, el corazón de Nico se llenaba un poco más de alegría.
"¡Esto es muy divertido!", decía uno de los niños mientras giraba en voz alta en su giro a bordo de Copito.
"¿Puedo tener a Copito un rato más?", preguntó otro niño.
Nico miró a su alrededor y vio sonrisas en todos los rostros. Se dio cuenta de que al compartir a su caballito de madera, había hecho muchos amigos nuevos. "Claro que sí, ¡todos pueden jugar con él!", respondió feliz.
Al final del día, las risas y juegos no se detuvieron, y cuando el sol comenzó a ocultarse, todos los niños se sentaron a su alrededor. "Gracias, Nico, por prestarnos tu caballito", dijo la niña de cabello rizado.
"Sí, sos un gran amigo", agregó otro.
Nico sonrió ampliamente. Se dio cuenta de que al abrir su corazón y compartir algo que amaba, había encontrado la amistad que tanto deseaba.
Desde ese día, el parque se llenó de risas, y Nico ya no era un niño solitario. Todos habían aprendido la importancia de compartir y ser generosos. Así, los días de Nico se llenaron de nuevas aventuras, donde el caballito de madera, Copito, se convirtió en el símbolo de su amistad, uniendo a todos a su alrededor.
Y así, en ese pueblo tan lejano, un niño que había estado solo, descubrió el poder de la generosidad y la felicidad de tener amigos.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!
FIN.