El Caballito de Madera
Había una vez, en un pueblo muy lejano, un niño llamado Tomás que se sentía muy solo. Todos los días salía al parque, pero no tenía con quién jugar. Los otros niños parecían tener amigos, risas y juegos, mientras él solo observaba desde la vereda. Una tarde, sentado en un banco, Tomás pensó:
"¿Y si tuviera un amigo? Un amigo que no fuese de carne y hueso, sino uno que siempre estuviese a mi lado, sin importar lo que pase."
Entonces decidió que debía comprar un juguete, algo que pudiera compartir con los demás. Fue a una tienda cercana y allí vio un hermoso caballo de madera, pintado con colores brillantes y una sonrisa dibujada en su cara.
"¿Cuánto cuesta?" - preguntó Tomás al viejo dueño de la tienda.
"Cuesta diez monedas de oro, pero si lo cuidas bien, te traerá mucha alegría y nuevos amigos" - le respondió el dueño.
Tomás no tenía tanto dinero, pero se puso a trabajar en el campo y, tras días de esfuerzo, logró reunir las monedas. Así que finalmente compró el caballo.
Felíz, llevó el caballito al parque y lo colocó en el césped.
"¡Miren!" - gritó mientras sostenía su nuevo juguete "¡Es un caballito que se puede montar!"
Los niños comenzaron a acercarse, llenos de curiosidad.
"¿Puedo jugar con él?" - preguntó una nena llamada Clara.
"Claro, es para todos" - respondió Tomás sonriendo.
De pronto, los niños se fueron juntando, cada uno buscando un lugar para montar al caballito. Al principio, algunos se empujaban un poco, pero Tomás, con su buen humor, les dijo:
"Chicos, ¡bailen como si fuera un rodeo! Hagan que el caballito sienta que estamos en una gran fiesta!"
Los niños rieron, se soltaron y comenzaron a jugar como si estuvieran en un auténtico concurso de caballos.
Sin embargo, mientras se divertían, un niño más pequeño, llamado Lucas, llegó corriendo y dijo:
"¡No puedo jugar! El caballito es muy alto para mí..."
Tomás se inclinó hacia él y le dijo:
"No te preocupes, Lucas. Ven, subí acá conmigo, ¡así vamos juntos!"
Y así fue que los dos montaron el caballito de madera, riendo y troteando. Los demás niños los siguieron, creando una fila de amigos montando juntos, haciendo que al juego se unieran más y más niños.
Después de un rato, el caballito comenzó a como quejarse, una pata se había despegado.
"Oh no, parece que mi caballito se siente cansado" - dijo Tomás.
"No te preocupes, Tomás. ¡Podemos ayudarte a arreglarlo!" - exclamó Clara.
Así que los niños comenzaron a llevarlo hacia la casa de Tomás, y juntos buscaron herramientas y materiales. Tomás les explicó cómo repararlo y todos colaboraron para que el caballito volviera a estar como nuevo.
"¡Listo!" - dijo Tomás, sufriendo más de un rayo de sol en su cara.
"Ahora está listo para más aventuras. ¡Gracias a todos por ayudarme!"
Desde ese día, Tomás descubrió que había encontrado no sólo un juguete, sino también amigos. Juntos, decidieron que el caballito de madera debía pasar de uno en uno. Cada semana, un niño diferente sería el encargado del caballito, y siempre en grupo se organizaban juegos.
Y así, Tomás ya no se sentía solo; había creado un lazo de amistad que nunca pensó que encontraría.
"A veces, solo se necesita un poquito de esfuerzo, unos colores bonitos y la alegría de compartir para crear la magia de la amistad" - decía Tomás con una gran sonrisa.
El querido caballito de madera se convirtió en el símbolo de la unión entre los niños del pueblo, y Tomás, el niño que había comenzado con un juguete, terminó por ser el más querido por todos. Y así, la soledad se transformó en risas, juegos y muchas aventuras por vivir juntos.
FIN.