El caballo salvaje y su jinete


Había una vez un joven indio llamado Sachem, quien vivía en una tribu en medio de las praderas. Sachem era conocido por su habilidad para domar caballos salvajes y hacer que trabajen para él.

Un día, mientras caminaba por el campo, Sachem se topó con un caballo salvaje que corría libremente por la pradera. Sachem rápidamente intentó domarlo, pero cada vez que lo intentaba, el caballo se resistía y lograba escapar.

Después de varios intentos fallidos, Sachem se dio cuenta de que este caballo era diferente a los demás: tenía algo especial en su mirada y parecía tener un espíritu libre e indomable. Entonces decidió acercarse al animal sin intenciones de forzarlo a nada.

El caballo lo observó fijamente durante unos segundos antes de relinchar amistosamente y acercarse a él. Desde ese momento, ambos comenzaron una hermosa amistad. "Te llamaré "Espíritu Libre"", dijo Sachem mientras acariciaba su crin dorada.

A partir de ese día, Espíritu Libre seguía a Sachem dondequiera que iba y juntos exploraban las praderas. A pesar de no estar domado como los demás caballos de la tribu, Espíritu Libre demostraba ser muy inteligente y astuto.

Un día, mientras cazaban juntos en la montaña cercana a la tribu, escucharon un fuerte rugido seguido por el sonido del agua corriendo con fuerza.

Al llegar al río más cercano vieron que había ocurrido una inundación y que una manada de caballos salvajes había quedado atrapada en la orilla opuesta. Sachem y Espíritu Libre sabían que debían hacer algo, así que se pusieron manos a la obra.

Sachem construyó un puente improvisado con ramas y troncos mientras Espíritu Libre corría hacia los demás caballos para guiarlos hacia el río. Después de varios intentos fallidos, finalmente lograron cruzar el río con éxito y salvar a los demás caballos.

La tribu entera estaba impresionada por su valentía y astucia, pero especialmente por Espíritu Libre, quien había demostrado ser mucho más que un simple animal salvaje. A partir de ese día, todos en la tribu respetaban al hermoso caballo dorado llamado Espíritu Libre.

Sachem también aprendió una valiosa lección: no todo en la vida se puede dominar o controlar; algunas cosas simplemente deben ser aceptadas tal como son. Y así continuaron explorando las praderas juntos, siempre acompañados por el viento fresco del campo y el relincho amistoso de Espíritu Libre.

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