El Caballo Valiente



En una tierra muy lejana, donde los campos verdes eran infinitos y los ríos brillaban como espejos, vivía un chico llamado Mateo. Desde que tenía memoria, le encantaban los caballos. Pasaba horas observándolos galopar libremente por los prados.

Un día, mientras paseaba por el bosque, Mateo escuchó un relincho suave. Siguiendo el sonido, encontró a un hermoso caballo de pelaje dorado atrapado en unas ramas. Sus ojos brillaban con desesperación, pero tenía una nobleza que fascinaba a Mateo.

"-¡Hola, amigo! No te preocupes, voy a ayudarte!" dijo Mateo, acercándose al caballo con cuidado. Con mucho esfuerzo, logró liberarlo.

"-Gracias, joven. Me llamo Estrella. Tu valentía me asombra!" contestó el caballo, para sorpresa de Mateo.

"-¡Puedes hablar! Esto es increíble!" exclamó el chico, atónito.

"-Soy un caballo mágico. He estado atrapado aquí por un hechizo. Para agradecerte, quiero ofrecerte un deseo," dijo Estrella con una voz profunda.

Mateo pensó por un momento. "-Siempre he querido competir en la gran carrera del pueblo y demostrar que incluso un chico común puede lograrlo. ¡Quiero que me ayudes a ganar!"

"-Tu deseo es mi orden. Pero ten cuidado, no será fácil. Habrá obstáculos. Debemos entrenar intensamente!"

Desde ese día, Mateo y Estrella entrenaron juntos. Al principio, Mateo no sabía mucho sobre montar, y se cayó varias veces.

"-¡Es normal! Cada caída es una lección. Levántate y sigue intentándolo!" le animó Estrella.

Mateo se levantó cada vez, decidido a aprender. Con el tiempo, se volvió hábil montando a Estrella y comenzó a ganar confianza. Sin embargo, había rumores sobre un jinete misterioso que también participaría en la competencia, un joven llamado Ricardo, conocido por ser el mejor jinete de la región.

El día de la carrera llegó. Todos se reunieron en la plaza del pueblo con gran expectativa. Mateo se sintió nervioso al ver a Ricardo, quien parecía seguro y arrogante.

"-No te dejes intimidar, Mateo. Recuerda todo lo que has aprendido," le susurró Estrella.

La carrera comenzó y todos los caballos galoparon al unísono. Aunque Mateo comenzó bien, pronto se dio cuenta de que Ricardo lo había superado. Conocía la ruta perfectamente y se mantenía a la cabeza.

"-No puedo rendirme!" pensó Mateo, apretando los dientes. Con toda su fuerza, gritó: "-¡Vamos, Estrella! ¡Podemos hacerlo!"

Mientras corrían, un obstáculo inesperado se presentó: un gran charco de barro. Todos los jinetes comenzaron a esquivar, pero Mateo recordó las palabras de Estrella. "-¡Ve hacia adelante!" dijo.

Mateo y Estrella se lanzaron hacia el charco y, con un movimiento ágil, salieron disparados del otro lado, manteniendo el ritmo.

Con la adrenalina a mil, Mateo sintió que la meta se acercaba. Mientras pasaban junto al público que animaba, Ricardo cometió un error y fue descalificado.

"-¡Mira, Mateo! ¡Estamos en primer lugar!" exclamó Estrella.

Con un último esfuerzo, cruzaron la meta, dejando atrás a todos. Estallaron los aplausos. Mateo no podía creerlo, había ganado la carrera. Avanzó hacia el podio y aplaudió junto a Estrella.

"-¡Lo hiciste, pibe! ¡Felicidades!" gritaron sus amigos.

"-No podría haberlo hecho sin ti, Estrella. ¡Eres el mejor compañero!" respondió Mateo, con una sonrisa de oreja a oreja.

Ese día, Mateo aprendió que el verdadero triunfo no estaba solo en ganar, sino en atreverse a soñar, a levantarse después de cada caída, y a valorar la amistad.

A partir de ese momento, Mateo y Estrella recorrieron juntos todos los campos de su tierra, compartiendo aventuras inolvidables y enseñando a otros niños que los sueños, por grandes que sean, pueden hacerse realidad si se lucha por ello.

FIN.

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