El caballo y la pelota luminosa
Había una vez en un prado verde y lleno de flores, un caballo llamado Pintitas. Pintitas era un caballo muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras por descubrir.
Un día, mientras paseaba por el prado, vio algo brillante que llamó su atención. Se acercó trotando y descubrió una pelota de colores brillantes. - ¡Qué bonita eres! -exclamó Pintitas emocionado. La pelota no podía hablar, pero sonreía feliz al escuchar las palabras amables del caballo.
Pintitas decidió llevarse la pelota consigo en su camino y juntos comenzaron a explorar el prado. Saltaban, rodaban y jugaban sin parar, disfrutando cada momento juntos.
Un día, mientras seguían explorando, llegaron a un claro del prado donde encontraron una pequeña casita de madera. La casita parecía abandonada y triste, con las ventanas rotas y las paredes desgastadas por el tiempo. - ¡Pobrecita casita! Parece tan sola y olvidada -dijo Pintitas con tristeza.
La pelota se acercó curiosa a la casita e intentó rodar hacia ella para animarla. Fue entonces cuando ocurrió algo mágico: al tocar la casita, esta comenzó a brillar con una luz cálida y acogedora. - ¡Wow! ¿Qué está pasando? -exclamó Pintitas sorprendido.
De repente, la puerta de la casita se abrió lentamente y de su interior salió un hada pequeñita con alas brillantes. - Soy el Hada del Hogar Feliz -dijo con una voz dulce-. Gracias por traer alegría a esta humilde casita.
En recompensa, cumpliré un deseo para cada uno de ustedes. Pintitas pensó por un momento y dijo:- Deseo que esta casita vuelva a ser un hogar feliz donde todos sean bienvenidos.
El hada asintió con una sonrisa y agitó su varita mágica. La casita se transformó ante sus ojos: las ventanas se arreglaron, las paredes se pintaron de colores vivos y el jardín floreció con hermosas plantas. Luego le preguntó a la pelota cuál era su deseo.
La pelota rodó emocionada hasta quedar frente al hada y dijo:- Deseo poder jugar y traer alegría a todos los niños del mundo entero.
El hada concedió su deseo con una risa melodiosa y envolvió a la pelota en una luz brillante que le otorgaba el poder de brincar alto como nunca antes lo había hecho.
Desde ese día en adelante, Pintitas, la pelota saltarina y la Casita Feliz se convirtieron en grandes amigos que compartían alegría y diversión con todos los seres del prado. Y aunque sus aventuras los llevaban lejos algunas veces, siempre volvían al hogar donde habían encontrado magia gracias a la bondad en sus corazones. Y así vivieron felices para siempre.
FIN.