El Camaleón Nadador
Era un hermoso día soleado en la playa de Mar del Plata. Las olas rompían suavemente y el sonido de la brisa marina creaba una melodía especial. Julián, un niño de ocho años, había decidido experimentar un día de aventura. Armado con su sombrero y un par de flotadores, corrió hacia el agua.
Mientras jugaba a hacer olas con su amigo Tomás, notó algo extraño en la orilla. Era un pequeño camaleón de colores brillantes que parecía estar nervioso.
"¿Qué hacés acá solito, amigo?" - le preguntó Julián, agachándose para ver al camaleón más de cerca.
"Me llamo Cami y... eh, no sé cómo decirlo..." - dijo el camaleón, cambiando de color de un verde a un azul vibrante.
"¡No me digas que no te gusta nadar!" - exclamó Julián, sorprendido. "¡Vení! Te enseñaré."
A Cami le encantaba ver cómo Julián se movía en el agua, pero tenía miedo de sumergirse.
"Pero... y si me hundo, Julián... no tengo aletas como los peces..." - dijo Cami temeroso, cambiando su color a un amarillo pálido.
"No te preocupes. Para nadar no hace falta ser un pez. Solo necesitas un poco de confianza y unas ganas enormes de probar. ¡Yo estaré a tu lado!" - animó Julián.
Al ver las olas y la sonrisa del niño, Cami decidió que era hora de enfrentar sus miedos. Se acercaron lentamente a la orilla y, de a poquito, el camaleón se fue sumergiendo en el agua. Era un espectáculo ver cómo su piel cambiaba de color con el reflejo del sol y el movimiento del agua.
"¡Eso es! ¡Lo estás haciendo!" - gritó Julián emocionado.
Cami se dio cuenta de que podía flotar, y aunque al principio sólo movía sus patas con nerviosismo, poco a poco fue ganando confianza.
"¡Mirá, Julián, estoy nadando!" - dijo Cami, cambiando de color a un vibrante naranja.
Ambos estaban tan felices que comenzaron a jugar a hacer burbujas en el agua. Pero de repente, vieron a un grupo de niños jugando con una pelota grande que estaba a punto de rodar hacia ellos.
"¡Cami, hay que movernos!" - gritó Julián, justo antes de que la pelota gigante los alcanzara.
Ambos se lanzaron hacia un costado, pero justo en ese momento, Cami se puso tan nervioso que cambió a un color negro y se quedó quieto.
"¡No, no! ¡Tenés que moverte!" - exclamó Julián, viendo cómo la pelota se acercaba más y más.
Con un empujón de ánimo, Julián recordó cómo había aprendido a nadar cerca de su casa y lo importante que era no perder la calma.
"¡Cami, mirá! No tenés que tener miedo. Pensá en todos los colores que podés mostrar en el agua. Jugá, movete. ¡Eres un camaleón nadador!"
Inspirado por las palabras de su nuevo amigo, Cami tomó una respiración profunda y, dejando atrás el miedo, comenzó a nadar y a saltar, esquivando la pelota con gracia. Sus colores brillaban con cada movimiento, creando un espectáculo de luces que maravilló a todos los que estaban en la playa.
Al final del día, Julián y Cami estaban agotados pero muy felices.
"Nunca pensé que podría nadar tan bien, Julián. Gracias por ayudarme a enfrentar mi miedo" - dijo Cami, retornando a su color verde brillante.
"¡De nada! Ahora somos amigos nadadores. Prometamos que seremos valientes, incluso cuando las cosas parezcan difíciles" - respondió Julián, sonriendo.
Y así, Julián y Cami no sólo aprendieron a disfrutar de un día de playa, sino que también entendieron que, a pesar de los miedos y las dudas, con un poco de apoyo y amistad, se pueden superar los desafíos más grandes. Desde aquel día, Cami volvió a la playa siempre que podía, y juntos, seguían creando nuevas aventuras, nadando y explorando con una sonrisa en sus rostros.
FIN.